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Maria con el niño, imagen del siglo II |
La virgen María es la representación teológica
de la Iglesia toda -y de cada cristiano- en la Biblia. Eso quiere decir que lo
que María hace o le sucede en la Biblia, es lo que hace y vive la Iglesia, y lo
que debe vivir y hacer cada fiel:
María es la "llena de Gracia" a los ojos de Dios, la "llena del
Espíritu Santo" por haber recibido, como la Iglesia, una Palabra de parte
de Dios, la que acepta -"Hágase en mí según tu palabra"- y la guarda
y medita en su corazón. Es la que después de recibida y aceptada la Palabra de
Dios, la medita en su mente y su corazón y después de habitar en ella, la
entrega a los hombres, como hace la Iglesia.
Es la que al aceptar la Palabra de Dios por medio del Angel nace Cristo en su
interior. Así como la unión de Dios con los seres humanos que es Jesús se da en
el ser o cuerpo de María, nuestra unión personal con Jesús, el nacer y vivir
Jesús en nosotros para ser uno con El por nuestra conversión, sólo puede darse
en la Iglesia, de la que ella es imagen. Por eso la Iglesia, como Maria, es
Madre. Así lo expresó Jesús de la Iglesia al decir: "¿Quiénes son mi madre
y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su
alrededor (la comunidad de creyentes, la Iglesia), dice: Estos son mi madre y
mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y
mi madre", (Mc 3,33-35).
María por aceptar libremente la propuesta de Dios de ser la madre de su Hijo
Jesús, por participar de su concepción en unión del Espíritu Santo, por dar su
condición humana y recibir en ella la divina para que en la persona de Jesús
vivieran esas dos condiciones, para que existiera, por eso María es
co-redentora. Si María no acepta ser la madre de Jesús cuando el enviado de
Dios se lo propone, sencillamente la salvación no se hubiera dado, por lo menos
hasta que Dios hubiera llegado a otra mujer de sus mismas condiciones
espirituales que quisiera hacerlo. Al María permitir que en su ser se
engendrara Jesús permitió que toda la vida y actos de Jesús sucedieran, incluso
su muerte y resurrección, por la que fuimos salvados. Por ello estuvo al pie de
su Cruz, aceptando la voluntad que Dios le había anunciado de que sería
crucificado, a la que no se opuso nunca por obediencia a Dios. Por ello es
legítimamente llamada co-redentora pues Dios no quiso darnos la salvación solo,
pudiendo hacerlo, sino que quiso que los seres humanos le colaboráramos en esa tarea,
como lo hicieron todos los discípulos después de subir a los cielos Jesús. Por
ello la Iglesia es también co-redentora, como María, que es su imagen.
María es la Madre de Dios en Jesús su único hijo. María no es la Madre de Dios
en el Padre, sino de Jesús Dios Hijo, la tercera persona de la Santísima
Trinidad que se encarnó entre los hombres, que se hizo humano como uno de
nosotros. Por ello el título dado a María de "Madre de Dios" es
legítimo, como lo expresó Isabel al ser visitada por María: "¿como es
que la madre de mi Señor viene a mí?.
Por ello, por ser co-rredentora pues es junto con Dios la madre de la segunda
persona de la Trinidad que fue enviado a salvarnos, es que por inspiración del
Espíritu Santo que había co-engendrado a Jesús en su vientre, exclamó María
ante Isabel: "Desde ahora me felicitarán todas las generaciones y
me llamarán bienaventurada, porque el poderoso ha hecho grandes cosas en
mí", lo que anuncia la veneración (que no es adoración, la que solo
damos a Dios) perpetua y el amor y el respeto que como madre de Dios le
rendimos los católicos a María y que el mismo Señor anunció y propició haciendo
esas obras en María. Todas las generaciones de católicos saludamos y
felicitamos a la Madre de Dios por haber sido escogida para que a través de
ella llegara Jesús hasta nosotros. Ello es lo que hace la Iglesia con nosotros
hoy, que por haber recibido antes una Palabra ya vive Jesús en su interior y
trabaja para que nosotros, los que creemos en Jesús en la Iglesia, lo recibamos
también.
Es la que lleva a Cristo, la Palabra viva, en su ser y sirve de intercesora
para darlo al mundo, como hace la Iglesia a través de su Liturgia y su
predicación. Por eso Jesús desde la Cruz le encomienda a María (y a la Iglesia)
a sus hijos los creyentes (representados en Juan, el discipulo amado); y es a
Juan (y a todos los creyentes) a quien Jesús les encomienda cuidarla y amarla
(y a la Iglesia) como a una madre.
Es la que guiada por el Espíritu Santo, como la Iglesia, va en misión en ayuda
de los más necesitados (visita a su prima Isabel Lc 1, 39-59) para darles una
Palabra de parte de Dios, por lo que salta de gozo Juan en el vientre de su
madre Isabel al escuchar la voz de María. Cuando la Iglesia nos habla en su
predicación se mueve nuestro interior hacia la plenitud y la felicidad para que
el Jesús que llevamos dentro desde nuestro bautismo crezca en nosotros y
podamos seguirlo y convertirnos en otro Cristo engendrado por nuestra madre la
Iglesia.
María recibe la admiración y veneración de su prima Isabel al verla llegar
"¿Y como es que la madre de mi Señor viene a mí?". Ella ya conoce el
misterio que encierra María en su vientre pues les había sido inspirado por el
Señor después de anunciarles que tendrían un hijo. Y ya llevaba más del sexto
mes. María también fue enterada que ya Isabel tenía 6 meses de embarazo y Juan
estaba por nacer y por ello el Señor le inspira visitarla pues es ya mayor de
edad.
Entonces Isabel no cree que la propia madre de Dios esté en su casa y por eso
exclama llena de admiración y veneración por María ¿y cómo es que esto me está
pasando? Como diciendo "no puedo creer (por la felicidad que le trae y por
que es ¡¡¡"la madre del Señor"!!!) que ésto le pase a
ella".
En su Tratado sobre el Evangelio de San Lucas San Ambrosio, obispo de origen
Gálata de la Diócesis de Milán hasta el año de su muerte en el 397, dice acerca
de la Visitación: "¿De dónde a mí?, es decir, ¿qué felicidad me llega que
la Madre de mi Señor viene a mí? Yo reconozco que no tengo nada que esto exija.
¿De dónde a mí?¿Por qué justicia, por qué acciones, por qué méritos? No son
diligencias acostumbradas entre mujeres que la Madre de mi Señor venga a mí. Yo
presiento el milagro, reconozco el misterio: la Madre del Señor está fecundada
del Verbo, llena de Dios."
Si ésto no es física y pura veneración la que Isabel hace a María aún en su
dimensión terrenal y familiar (nadie más negado a rendir admiración a otro que
un familiar o los conocidos de infancia, lo que hizo exclamar a Jesús que
"nadie es profeta en su tierra" después de visitar Nazaret su tierra
natal y reencontrarse con sus paisanos y familiares) no sabría decirles qué
otra cosa sería. Y es la que los creyentes, representados en Isabel y en el
niño que salta de gozo en su vientre al escuchar su Palabra, debemos
rendirle.
Y no es cierto como dicen muchos grupos que ponemos a María por encima de Jesús
en nuestro culto si el centro de la Eucaristía es Cristo mismo que se encarna
en las especies para que podamos interiorizarlo. Simplemente los católicos la
hacemos una veneración a María que es bíblica por ser la madre del Señor y que
nos lleva a Jesús ya que ella fue la intercesora por excelencia para que la
humanidad entera pudiera llegar a El y a su salvación.
Es la que es y ha sido célibe ("no la conoció hasta el nacimiento de
Jesús", lo que no quiere decir que la conoció después), como lo es la
Iglesia que vive por sugerencia o mandato del mismo Señor el celibato como
condición de vida ("hay quienes se hacen eunucos a si mismos por el Reino
de los Cielos").
María es la que cumple para ella y su familia todos los Ritos, fiestas y
Sacramentos que Dios dispone para los fieles de su Iglesia (Circuncisión y presentación
en el Templo de Jesús, Pascua, etc.) de la Tradición judía, y posteriormente
los de la nueva Iglesia instituidos por su Hijo (Sacramentos, Pentecostés,
etc.).
Es la que le dice a los hombres, como la Iglesia, "hagan lo que Jesús les
dice" (bodas de Canaán), invitando por medio del Evangelio a la conversión
a todos los hombres, intercediendo para que Jesús pueda convertir nuestra agua
de hombres viejos en el vino nuevo de nuestra conversión a Cristo (Jn 2, 6-7).
Por ello María es llamada con verdad por la Iglesia Abogada nuestra, pues
intercede para que Jesús haga lo que necesitamos para nuestra conversión. Por
ello es lícito pedirle en nuestras oraciones (algunas de las cuales son
bíblicas) para que interceda ante Jesús para que nos conceda lo que le pedimos,
pues de la misma manera en que Jesús estaba reacio a hacer el milagro de la
conversión del agua en vino ("¿que tienes conmigo mujer? aún no ha llegado
mi hora") y María lo convenció de hacerlo, muchas veces por nuestros
pecados Jesús puede no querer hacernos un milagro o concedernos unos dones y
necesitamos de María y de los demás santos para ayudarnos a convencerlo de que
nos conceda lo que le pedimos, siempre y cuando convenga a nuestra
salvación.
La que obedece a Dios aunque haya sufrimientos o persecuciones ("una
espada atravesará su corazón"). María no se opuso a que su único y amado
Hijo cumpliera su misión aunque fuera crucificado. La Iglesia no cambia la
Palabra que el Señor le transmite por medio del Espíritu Santo aunque eso le
signifiquen ataques y persecuciones, como cuando predica contra el aborto,
contra los anticonceptivos, contra la homosexualidad, a favor de mantener el
celibato, por la indisolubilidad del matrimonio, contra los pecados
particulares de alguna sociedad o grupo o persona, etc. Y no lo hace sino por
amor, por llevar una Palabra de parte de Dios a los hombres que se encuentran
esclavizados por el pecado, para tratar de salvarlos aunque sea
incomprendida.
Es la que sigue a Jesús hasta la Cruz (hasta la obediencia plena al Padre por
el Espiritu Santo), como lo ha hecho la Iglesia por su conversión. María y la
Iglesia nos acompañan y nos consuelan cuando se acerca a nuestra vida la Cruz
del sufrimiento por el dolor, la enfermedad, la falta de trabajo o de medios de
una subsistencia digna, o la muerte. Pero principalmente cuando nos llega la
Cruz de nuestra conversión interior para obedecer por siempre a nuestro Padre.
Quien vive en su interior la Cruz de su Hijo Jesucristo (la muerte de nuestro
yo), al pie de la que estuvo María recibiendo a su hijo sacrificado, resucita
Jesús en él y vive ya en el Cielo en obediencia al Padre.
Por ello María estuvo junto a los Apóstoles en su conversión al recibir la
manifestación visible del Espíritu Santo en Pentecostés, que es el inicio de la
conversión de cada cristiano. Es lo que hace la Iglesia, conducir y estar al
lado de sus hijos los creyentes (ayudándoles con su predicación y oraciones)
hasta que reciban la conversión por la manifestación visible del Espíritu
Santo, hasta la resurrección plena y durante toda la vida del creyente.
María es la hija predilecta y elegida de Dios que supo esperar con paciencia y
fe toda su vida a que las promesas hechas primero al pueblo de Israel de que
sería enviado el Mesías y especialmente desde la visitación del Ángel (figura
de la Iglesia también), en medio de las alegrías y sufrimientos que la vida le
traía, los dones y la bendición de Dios que solo conocería cuando se engendrara
Jesús en ella y naciera el Salvador, hasta recibir los dones que su muerte y
resurrección le traerían.
Lo mismo ha hecho la Iglesia que desde los apóstoles ha seguido a Jesús y ha
esperado el cumplimiento de sus promesas hasta recibir la manifestación visible
de su Espíritu, por el que vive en la resurrección de su Hijo.
Y lo mismo debemos hacer todos los hombres, esperar pacientemente aún en medio
de los sinsabores que pueda traernos la vida y nuestras crisis de Fe, a que en
nuestra vida y caminar en la Iglesia nos llegue la alegría de su resurrección y
Jesús nazca y crezca en nosotros hasta su manifestación visible.
Cuando un católico(a) deja de ir a celebrar su Fe en la Iglesia o se retira de
ella para irse a otras confesiones interrumpe el camino ya recorrido y la
esperanza de que la resurrección de su Hijo Jesucristo se de en él(ella),
interrumpiendo, aplazando o estropeando definitivamente el camino de su
salvación.
María después de recibir la Palabra del Ángel de parte de Dios, lo que nos
sucede a cada uno de nosotros al recibir el bautismo y la predicación constante
en nuestra Iglesia, se engendra y se desarrolla Jesús en ella durante su
embarazo, como nos sucede a nosotros durante nuestra vida eclesial, hasta que
en algún momento se da el nacimiento de Jesús en María, y en nosotros, como
fruto de nuestra Fe (lo que sabremos por la manifestación visible de nuestro
Espíritu Santo). María es la imagen viva de la Iglesia y de lo que ella por la
Palabra viva de Jesús vivo y resucitado es capaz de lograr en nosotros los
creyentes.
María es fiel a su esposo terrenal José y lo es también a su esposo celestial
el Espíritu Santo, como la Iglesia es fiel a Cristo, que es su esposo en la
Tierra: "Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se
entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin
ningún defecto, sino santa e inmaculada"(Ef 5, 25-27).
Es la que, como la Iglesia que vive en presencia de Jesús resucitado, es
ascendida al Cielo en Cuerpo y Alma, en donde fue coronada por su Hijo y
permanece en permanente oración y preocupación por sus hijos los creyentes,
como lo hace la Iglesia.
Hay quienes dicen que en ninguna Palabra de la Biblia aparece que la Virgen
María haya sido elevada al Cielo. No es así. Si revisamos el Apocalipsis de
Juan, capítulos 11 y 12, allí podremos leer en algunos de sus versículos:
"Se abrió el templo de Dios en el cielo y dentro de él se
vio el arca de la alianza. Apareció entonces en el cielo una
figura prodigiosa: una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y
con una corona de doce estrellas en la cabeza. Estaba encinta y a punto de dar
a luz y gemía con los dolores del parto".
Lo primero que reconoce Juan es que están en el Templo de Dios "en el
cielo", y es en ese cielo en donde "se vió el arca de la
alianza". Y enseguida describe a la "mujer vestida de sol con la luna
bajo sus pies y una corona de doce estrellas" que es María. O sea que está
en el cielo y reina con una corona de doce estrellas.
Y María es ella misma el Arca de la Alianza en donde residió Jesús, el
Emmanuel, Dios con nosotros, a la misma manera de la presencia de Dios en el
Arca antigua. María es la nueva Arca de la Nueva Alianza que lleva en su seno a
su hijo Jesús: "La mujer dio a luz un hijo varón, destinado a gobernar
todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue llevado hasta Dios y
hasta su trono."
Si la Asunción de María no es contada en los Hechos de los Apóstoles es
explicable porque sucedió después que Lucas lo escribiera y probablemente
después que todos los apóstoles murieran pues María era más joven que ellos y
prácticamente todos murieron martirizados. Y que seguramente se fuera a vivir
María con Juan a Asia, donde éste fue Obispo. Un dato a favor de lo que digo es
que en ninguno de los escritos apostólicos tampoco se cuenta la muerte de
María, lo que dada su importancia por ser la madre de Jesús, el Salvador de
todos ellos y de toda la humanidad, sería inexplicable.
Y dijo Juan que María reina con una corona "de doce estrellas",
símbolo de los doce apóstoles que conforman la totalidad de la Iglesia de
Cristo en la Tierra, la que sufre persecuciones por parte de los que no aman a
Dios: "Después se detuvo (el Dragón) delante de la mujer que iba a dar a
luz, para devorar a su hijo, en cuanto éste naciera". El Dragón es la
lucha del mal o de las fuerzas del mundo contra la Iglesia. Y la lucha que
libra la Iglesia contra el mal llega también al interior de cada persona, de
cada fiel.
"Y la mujer huyó al desierto, a un lugar preparado por Dios"
(recordemos que María había huído con José y Jesús a Egipto, al desierto, por
petición que le hizo el Espíritu Santo a José, para proteger a Jesús de la
matanza de los inocentes) y recordemos también que el desierto es el lugar de
la Tierra donde sólo se cuenta con Dios para vivir pues no hay nada más que
pueda sostener la vida, que es lo que como María hace la Iglesia, que durante
su paso por la Tierra sólo en Dios pone su confianza y su vida para luchar
contra el mal en el mundo, al interior de cada creyente.
Y la Iglesia triunfará, como María lo hizo al darnos a Jesús, sobre el mal en
cada creyente: "Entonces oí en el cielo una voz poderosa, que decía: “Ha
sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y
del poder de su Mesías”.
Pero no sólo en el Apocalipsis se habla de la Asunción de María al cielo pues
el Salmo 44 también lo hace:
"De pie, a tu derecha, está la reina. Hijas de reyes salen a tu encuentro.
De pie, a tu derecha, está la reina, enjoyada con oro de Ofir. De pie, a tu
derecha, está la reina"
El salmista le canta a Dios diciéndole que a su derecha está "la
reina", confirmando la coronación de María y su reinado en el Cielo. Pero
también la relaciona con su Iglesia pues le hace una sugerencia bastante
terrenal: "olvida a tu pueblo y la casa paterna" para servirle sólo a
El, prometiéndole que a cambio de padres tendrá hijos en la Fe, los príncipes
como Jesús que reinará en todos los creyentes, que nacerá por la evangelización
de la Iglesia.
Es el mismo triunfo que Juan promete en el Apocalipsis, del que hablamos
arriba.
Y el Cielo confirma la Fe y la veneración a María por parte de la Iglesia. Es
Ella quien se ha aparecido a los fieles de la Iglesia en múltiples ocasiones.
En Guadalupe en 1.531 para reinvindicar y mostrar su amor a la raza indígena en
la persona del indio Juan Diego, cuyo pueblo en toda América estaba aún
viviendo los atropellos de los conquistadores y su diezmación por las
enfermedades.
En la especie de ruana hecha de fibra de maguey que lleva puesta Juan Diego y
que es usada para contener y llevarle las flores al Obispo que le dijo la
virgen María que recogiera del cerro Tepeyac, se graba la imagen de la virgen
María (que se ha probado que no está adherida la imagen a la tela sino que
flota sobre ella sin tocarla), la cual debía durar cerca de 20 años cuando
mucho y que sobrevive intacta hasta hoy sin consumirse, cerca de 500 años
despúes, como testimonio de lo verdadero y milagroso del suceso.
En Lourdes en 1.858 nuevamente se apareció a una casi analfabeta niña de 14
años llamada Bernardette Soubirous. Nuevamente la virgen le pide que vaya donde
el párroco y le diga que debe construir allí un santuario o capilla. Y se le
identifica a Bernardette como "la Inmaculada Concepción", nombre que
confirmaba el dogma que había sido proclamado sólo tres años antes por el Papa
Pío IX.
El 25 de febrero María le pide a Bernadette que descubra la fuente de agua que
permanece hasta hoy en la que se han dado muchos milagros de curaciones de
enfermos terminales documentados científicamente.
El mismo milagro de la incorrupción del cuerpo de Bernardette después de más de
130 años de su muerte, cuerpo que se encuentra "en su capilla de su
convento en Nevers, Francia, dentro de un féretro de cristal donde parece estar
dormida", son testimonio de la veracidad de la aparición y que quien ha
tenido contacto especial con María, la Inmaculada Madre de Jesús, por la Gracia
de su Hijo, no experimentará tampoco la corrupción (Ver
http://www.corazones.org/santos/santos_temas/incorruptos.htm).
Es importante anotar que en una de las apariciones la Virgen María le dice a
Bernardette “No le prometo hacerla feliz en este mundo, sino en el otro”. Eso
quiere decir que la virgen directamente, con la autoridad que le viene de
Cristo, promete y se hace responsable de la felicidad que sabe que puede
otorgar a Bernardette en el Cielo. Se sabe un instrumento autorizado de Dios
para actuar en el Cielo y en la Tierra. Y así mismo lo mostraron Moisés y Elías
quienes se aparecieron a los apóstoles y estuvieron con Jesús en su
Transfiguración y demostraron estar enterados de los asuntos terrenales pues
hablaban con Jesús de su próxima crucifixión.
La aparición de María en Fátima en 1.917 a los tres pastorcitos es otra muestra
de que la veneración a la Virgen María es legítima. No solo lo testimoniaron
los videntes sino los cerca de 70 mil testigos del ya legendario milagro del
Sol, entre los que se encontraban muchos ateos, gnósticos, personalidades
reconocidas como periodistas y algunas de las autoridades del municipio como su
alcalde.
Este evento de la aparición en Fátima y el milagro del Sol tiene otra
connotación y significado especial pues se da en el momento de la aparición del
comunismo o socialismo ateo en Rusia y la URSS por la revolución bolchevique y
la persecución que la Iglesia sufre por parte de estos estados. Por ello pide
la consagración de Rusia a su Sagrado Corazón. Esta aparición ha visto la
Iglesia que es la que anuncia Juan en el Apocalipsis, la que ya citamos arriba.
La Virgen María, figura de la Iglesia, es la mujer vestida de Sol y el Dragón
Rojo (color del comunismo y socialismo) es Rusia. Y en su Hijo se ha
identificado al Papa Juan Pablo II quien es reconocido por todos que incidió de
manera importante en la caída del comunismo en ésta parte del mundo. Y por ello
el intento de asesinato que sufrió que es reconocido también que vino del
bloque de países del Este vía Hungría, y cuyo fracaso y la salvación de su vida
atribuyó el Papa a la misma Virgen María, a quien encomendó su Papado con el
lema "Totus tuus", "Todo tuyo", en su escudo papal.
También la Ciencia ha verificado la legitimidad de muchas apariciones de María.
El Dr. Ricardo Castañón Gómez, científico mexicano ex-ateo, quien recorre el
mundo con recursos propios, ha comprobado por medios técnicos y científicos
varias apariciones de María y Jesús. Ver video en 9 partes de la conferencia en
donde las explica y muestra las pruebas recogidas: http://www.youtube.com/watch?v=HBtJmGgm9Fw.
Nuevamente el Cielo y María confirman la legitimidad de la Fe de la Iglesia
Católica.
Así, podemos concluir que quien no venera a María como la Madre de Dios y como
la imagen de la Iglesia y de cada creyente, no llega a vivir el Misterio de la
Fe que ella representa. No pueden experimentar la conversión. No es casualidad
que las confesiones que no creen en María tampoco quieren a la Iglesia, de la
que es imagen.
La Iglesia y María, en unión con Jesús, son uno solo. Incluso cuando se les
pide en oración por ejemplo la conversión personal propia o de un tercero, a
Jesús o a María, esas plegarias el Señor las responde generalmente a través de
la Iglesia, la que predica a los fieles incluidos en la petición, cuando se
acercan a la Eucaristía, lo necesario para acercarlos a la conversión, como fue
pedido en la oración.