ANALIZA DIFERENTES TEMAS GENERALMENTE POLÉMICOS DE NUESTRA FE CRISTIANA
PARA MOSTRAR SI TIENEN o NO SUSTENTO BÍBLICO.

"La pregunta principal que nos planteamos hoy es ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio, para abrir caminos a su verdad salvífica en los corazones de nuestros contemporáneos, a menudo cerrados, y en sus mentes, a veces distraídas por tantos destellos de la sociedad?"... ..."La primera respuesta es que nosotros podemos hablar de Dios porque Dios ha hablado con nosotros. La primera condición del hablar de Dios es, por lo tanto, la escucha de lo que ha dicho el mismo Dios."
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AAA La felicidad cristiana ¿es diferente a la que nos aporta la sociedad?

La gente aparenta ser feliz pero no lo es. Una frase tan radical necesariamente tiene que explicarse.

Si nosotros no tenemos dinero más del necesario para vivir y vemos a personas muy ricas y sonrientes pensamos que si tuviéramos el dinero que tienen ellos seríamos verdaderamente felices. Y los que lo tienen piensan cuán infelices serían si lo perdieran. Alguien que ha perdido su salud y permanece en silla de ruedas o en cama y ve desde su ventana a personas de su edad corretear por el parque vecino pensará que sería feliz si tuviera la salud de que ellos disfrutan. Y los que la tienen piensan cuán infelices serían si la perdieran. Alguien sin trabajo, al ver a ejecutivos sonrientes reunidos en su oficina pensará que sería feliz si estuviera enganchado con una buena empresa demostrando sus capacidades. Y los que lo tienen pensarán cuán infelices se sentirían si lo perdieran. Alguien que no tiene o ha perdido su pareja o se ha separado recientemente, al ver a parejas de enamorados en el cine pensará que sería feliz si él tuviera la suya. Y los que la tienen piensan cuán infelices serían si perdieran al ser amado.

Se sufre tanto por no tener algo de lo que los demás disfrutan y nos gustaría tener, como por el temor de perder lo que tenemos o hemos conseguido. Así que la expectativa que cada uno tenemos de nuestra propia felicidad depende mucho de nuestras necesidades y aspiraciones o del temor de perder lo que nos la proporciona.

Por eso la felicidad que podemos adquirir en el mundo es relativa, y es frágil. Además porque nadie puede en el mundo tener tanto poder como para garantizar que lo que hoy le proporciona felicidad no lo pueda perder o que lo que aspira a que se la proporcione pueda tenerlo o conseguirlo para disfrutarlo siempre. El mundo está sujeto a tantas variables que no controlamos que esa posibilidad de cambios en nuestro estado nos hace sufrir, nos mantiene en la angustia (aunque sea latente) de pensar que en cualquier momento las cosas pueden cambiar.

Y si esa circunstancia que estuvimos temiendo se presenta, nos destruye interiormente de tal manera que nos derrumbamos al no poder soportarla. La ausencia del ser querido que perdimos o la quiebra económica padecida nos alteran no solo nuestro modo de vida sino nuestro interior. Nos aterra encontrarnos con una realidad sin las cosas en las que hemos confiado nuestra seguridad y estabilidad económica o emocional. Incluso muchos reniegan de Dios por vivir esa realidad.

Algunas personas recurren a vías de escape para no vivir en la angustia de que algo suceda o en el dolor que un hecho le ha causado. Y por eso se recurre al alcohol o a las drogas unos, al juego y a las aficiones otros. Si estamos lejos de nuestra realidad el mayor tiempo posible nos sentimos aliviados al olvidarlos aunque sea por ratos. Pero por dentro llevamos una depresión o tristeza que muchas veces nos cuesta disimular. Y algunos cuando no aceptan su realidad o ven que tampoco eso les satisface se autoeliminan, o asesinan a quienes consideran culpables de su desgracia pues han perdido el sentido de sus vidas. Son formas diferentes de alienarnos, de escapar de las realidades que no nos gusta afrontar y asumir.

Eso quiere decir que nosotros en el mundo no experimentamos la felicidad plena, completa, pues aunque experimentamos placer o bienestar ellos son pasajeros pues siempre sobrevendrá la angustia (dígame que hay alguien que no la haya sentido) ante cualquier situación adversa o el solo pensar en que pueda llegarnos.

Experimentamos momentos de alegría, de bienestar o de placer que confundimos con la felicidad, pero no somos felices. Nos sentimos felices al nacer nuestro primer hijo y lo disfrutamos pero nos sobreviene la angustia de pensar y querer saber que suerte le tocará en el mundo y por eso tratamos de quitarle todos los obstáculos que le puedan dañar u obstruir una vida feliz. Eso aparte del cansancio que sentimos muchos días al tener que atenderle y cuidarle.

Nos alegramos cuando obtenemos el trabajo que nos gusta pero nos sobreviene la angustia de perderlo al menor inconveniente. Nos sentimos renovados con esa nueva pareja pero cuando algo no nos gusta nos asalta la duda de si la perderemos, y así con todo. ¿Cuanto nos dura la alegría de prácticar nuestro deporte favorito? ¿o de la última fiesta con nuestros amigos(as)?

¿Por qué el hombre en general vive en esa angustia, permanente o no pero real durante su vida? La única respuesta posible es que sucede por el desequilibrio que el pecado de la rebelíón o la lejanía de Dios introduce en el alma de cada hombre, de cada ser humano. Veamos esto mas de cerca.

El hombre (Adán significa la especie humana, tu, yo y todos, por eso le pido que pensemos que se está hablando de nosotros mismos, de cada uno de nosotros) ha sido creado para vivir en intimidad o en relación personal con su Creador, como lo muestra el Génesis bíblico (2, 15-24).

Y al ponerlo a vivir en el Paraíso Terrenal, en armonía con su mujer (el resto de la humanidad de entonces), en donde nada le falta ni material(2,9-15) ni espiritualmente (están en presencia de Dios), y en donde no sienten verguenza ni remordimiento alguno(2, 25) pues están haciendo la voluntad de Dios, lo que Dios quiere para su vida, muestra el estado de felicidad y armonía interior y exterior (con la naturaleza también pues no hay nada en ella que los perturbe como terremotos, inundaciones, etc.) que experimentaba el hombre al vivir en la presencia y en la obediencia a Dios.

Esta era la vida eterna, la verdadera vida en la presencia de Dios. Adán y Eva, al vivir en la presencia manifestada de Dios estaban seguros de tener para sí la vida eterna, de encontrarse en el Cielo, aunque se encontraran todavía en su peregrinar y vida física en la Tierra.

Y Dios puso en el Edén dos árboles, el de la Vida del que comían y disfrutaban, y el de la Ciencia del bien y del mal (2, 9), del que no podían comer (2,16).

El árbol de la Vida es una figura para mostrarnos que la presencia de Dios de que disfrutaban y el obedecerle es la verdadera Vida, por encima de la natural.

El árbol de la Ciencia del bien y del mal es una figura para mostrarnos que no está dada al hombre la potestad de juzgar lo que es bueno o malo para su vida, lo que Dios se reserva para El. Al hacerlo nos convertimos nosotros en dioses pues le robamos a Dios ese derecho que como Creador le corresponde. Eso fue lo que le dijo la serpiente a Adán y Eva para engañarlos: "Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es", Gn 3, 5.

¿Y cual fue el resultado de su acción? La desnudez, la verguenza, la conciencia del pecado, que significa la separación definitiva de Dios. El hombre está hecho para vestirse y llevar la vida vestido de Dios. Y por esa separación de su origen y fundamento le sobreviene la angustia, la división, la falta de seguridad, el temor a la muerte.

Y ¿como se concreta ese pecado hoy en nuestra vida? El pecado original de rebelarnos contra nuestro Creador por las insinuaciones del demonio (la serpiente, 3, 1-7) al comer del árbol de la Ciencia del bien y del mal, se concreta cuando cada uno de nosotros, desde nuestra más profunda intimidad espiritual, mental o emocional, o desde nuestra conciencia (en donde también podemos escuchar la voz de Dios y acogerla o rechazarla) o desde nuestros actos al escoger lo que es contrario a su voluntad, le decimos a Dios que hemos decidido juzgar que es lo bueno y lo malo para nuestra vida.

De esta forma interrumpimos esa armonía interior e intimidad con Dios, entrando el desequilibrio y la angustia en nuestra alma, entrando también la enemistad con el resto de la humanidad (después del pecado Adán culpa a Eva de éste, lo que muestra una enemistad que no sentía antes, se convierten en enemigos), perdiendo el bien de la verdadera Vida que proviene de la intimidad con Dios, viviendo sólo nuestra vida natural, viviendo en la muerte, que no es otra cosa que la separación de Dios.

Por eso Dios había dicho "el día que comas de él, ten la seguridad de que morirás"(2, 17). Y Adán y Eva no murieron fisícamente en ese momento por lo que estamos seguros que la muerte que vivieron fue interior, la muerte de no tener contacto e intimidad con Dios, el Señor de la vida. Perdieron la referencia a su origen y fundamento vital, por seguir sus propios deseos e impulsos. Murieron.

Desde entonces cada hombre hasta hoy y hasta que el último de los hombres nazca lo hace con ésta condición en su vida natural, de la que nadie se puede sustraer por voluntad propia o ajena, sea o no creyente (Ver http://lasverdadesreveladasenlabiblia.blogspot.com/2010/06/adan-y-jesus-realidad-y-posibilidad-de.html).

Y por ello al hombre natural, sesgada su visión por el error del pecado le está vedado encontrar nuevamente el Árbol de la Vida(la vida eterna), el que Dios, por el pecado, ha escondido de su vista para que no lo alcance por sí mismo(3, 22).

Por ello, por estar en esta condición interior del error, nos sumergimos cada vez más en los errores que nos ofrece el mundo, como el secularismo (el solo ocuparnos de las cosas materiales o temporales, de nuestro día a día), el racionalismo (creer que solo por medio de la razón crecemos o nos "liberamos"), el cientificismo (creer que solo la Ciencia puede dar respuesta a las necesidades humanas), la superstición (creer en quienes dicen conocer nuestro futuro y el sentido de nuestra vida), la idolatría (reemplazamos a Dios con ídolos como el dinero, la fama, el poder, el conocimiento poniendo en ello nuestra esperanza y proyecto de vida).


Pero ¿como podemos salir de esta encrucijada? ¿Podemos hacer algo por nuestro propio esfuerzo para salir de ese estado? No por nosotros mismos. Veamos.

Ahora pido que en el siguiente párrafo nos situemos siempre como si nosotros fuéramos Jesús.

Dios haciendo uso de su infinita misericordia no deja al hombre en la muerte interior que el pecado de la rebeldía le trae. Y por eso envía a su Hijo Jesucristo, un modelo de hombre en comunión con su Padre, que es el único capaz de reemplazar al modelo de hombre viejo (Adán) que existe y pervive en nosotros por la rebeldía hacia Dios.

Dios ha querido que a través de su Hijo nuevamente los hombres que estábamos condenados por nuestro pecado a la muerte, tengamos acceso nuevamente al Árbol de la Vida que nos mostró desde su Cruz. Jesús colgado inerme de un árbol en el que dio su vida por nuestros pecados y rebeldías, es nuestro Salvador y nuestro Liberador: "Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos", Rom 1, 15.

Tenemos que reemplazar al Adán con el que nacimos por el Jesús que nos da la Fe y nos devuelve la verdadera Vida, la vida eterna. Y eso sólo lo podemos hacer, como lo muestra el Nuevo Testamento, al seguir a Jesús en su Iglesia (Ver http://lasverdadesreveladasenlabiblia.blogspot.com/2010/05/la-iglesia-unica-y-universal-fundada.html).

Es en la Iglesia, a través de la Liturgia de la Iglesia (predicación y Sacramentos) dónde podemos recibir veladamente desde el Bautismo (Mc 1, 4-5, Lc 3,3) la semilla del Espíritu Santo que guíe nuestro interior para "crecer en Gracia" por el cumplimiento de los ritos de nuestra Fe(Lc 2, 40).

Y es en la Iglesia en donde con los demás Sacramentos vamos recibiendo poco a poco al Señor, y regamos y abonamos esa semilla de la Fe y quitamos los obstáculos o la cizaña que nos impiden acercarnos de forma más plena a El.

Con la Eucaristía Jesús nos comparte o nos aplica en nuestro interior su muerte en la Cruz, que es signo de la muerte de nuestra voluntad humana, hasta llegar poco a poco a la resurrección plena para hacer la voluntad de Dios, lo que el mismo Jesús dijo: "el que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día" (ver también Juan 6,51-58).

Con el Sacramento de la Reconciliación, quitamos los obstáculos que con nuestros pecados hemos puesto a nuestra relación con Dios. Al instituirlo dijo Jesús a sus Apóstoles: "recibid el Espíritu Santo, al que perdonéis los pecados les quedan perdonados, al que se los retengáis les quedan retenidos, Jn 20, 19ss.

Y por la predicación que recibimos, que cuando es aceptada por nosotros nos va bautizando y dándonos la Gracia que cada vez nos va aumentando mas la Fe y acercándonos a la comunión plena con el Señor, a la intimidad con El, restableciéndonos lo que habíamos perdido con Adán.

Con la predicación y sacramentos que recibimos en la Iglesia va disminuyendo el hombre viejo que tenemos impreso en nuestro carácter, nuestro Adán (sea cual fuere el que hayamos construido con nuestras decisiones, todos lo tenemos) de tal manera que vamos cambiando de actitud y dejando las costumbres y características espirituales y emocionales que forman nuestra personalidad pecadora, reduciendo los obstáculos que nos separan de Dios.

A través de la Liturgia de la Iglesia, de la Eucaristía, experimentamos el mismo encuentro y la misma relación con Jesús de Nazaret que vivieron sus discípulos los apóstoles (Ver: http://lasverdadesreveladasenlabiblia.blogspot.com/2010/08/la-eucaristia-tiene-antecedentes-y-es.html), a los que les enseñó durante varios años a vivir como creyentes, a ir cambiando de actitudes y eliminándoles los obstáculos interiores que le separaban de El.

Hasta que como los apóstoles lo vivieron, vivamos nosotros nuestro Pentecostés personal, la manifestación visible del Espíritu Santo que habíamos recibido como semilla en nuestro bautismo, el que Jesús nos envía de junto al Padre, que no es otra cosa que volver a tener la relación interior con Dios que habíamos perdido por el pecado.

Es la única forma de llevar la Fe a nuestra vida diaria, no dejándola en el Templo, como nos sucede antes de recibir la manifestación visible de nuestro Espíritu. "Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad" (Jn 4, 24).

Esta manifestación visible del Espíritu Santo solo es posible recibirla, como dije antes, a través de la Liturgia de la Iglesia.

Y el Espíritu comienza en nosotros un proceso de purificación interior limpiándonos de las impurezas que nuestros pecados nos dejaron en nuestro espíritu, ascendiendo de esa forma nuestro interior, nuestro espíritu, nuestro carácter, a la presencia de Dios, a la que nadie puede llegar sin estar limpio, devolviéndonos la paz y el equilibrio interior y exterior que habíamos perdido por nuestra rebelión. Comenzamos a ser felices verdaderamente sin que dependa de las circunstancias del momento o de los hechos que nos rodean.

Salimos de nuestro temor a la muerte pues ya comprobamos por el Espíritu recibido que la vida eterna existe en verdad y que el Señor nos la ha concedido.

Salimos de nuestra incapacidad de amar pues podremos hacerlo hasta con quienes nos hacen daño sin que los odiemos por no hacer nuestra voluntad o por no amarnos.

Salimos de nuestra esclavitud del deseo de ser amados y reconocidos por los demás para sentirnos bien y podremos entonces ayudar realmente a otros con la verdad aunque nos rechacen.

Salimos de nuestro egoísmo pues podremos en el Espíritu ir al encuentro del otro para ayudarle a salir de sus propios obstáculos y de su propio Adán interior.

Y podremos hacer en cada paso de nuestra vida la voluntad de Dios que el Espíritu nos comunica y nuestro cumplimiento de ella, dejando de juzgar lo que es bueno o malo para nuestra vida para dejar esa potestad en sus manos y seguir cada uno de los mandamientos que El nos dé aunque nos cueste, lo que nos devuelve el equilibrio interior y alcanzaremos una paz y una felicidad de la que antes no habíamos disfrutado.

Llegamos de esta manera a un estadio superior de felicidad que no conocíamos antes.

Ya con la Fe o la vida eterna en nuestro interior es posible enfrentar las dificultades de otra manera. Jesús aceptó en su vida real el sufrimiento que le llegó (el Calvario y la Cruz). Y lo hizo por amor al Padre. No lo evitó aunque como humano hubiera querido evitárselo (Lc 22, 42). Y eso lo llevó a la resurrección y a la vida eterna.

El sufrimiento que se nos presenta en nuestra vida (la vida en pareja, la muerte, la enfermedad, la falta de dinero o trabajo, el desamor, etc.) podemos unirlo a la Cruz de Cristo y enfrentarlo con dignidad, sin temor, sin que nos destruya por dentro y sin perder la serenidad y la felicidad, como lo hizo Jesús.

Y no me digan que no es posible con la Fe pues ningún sufrimiento moderno, por muy grave que sea, es superior al que padeció Jesús en el Calvario y El lo enfrentó y asumió con el valor que da la Fe. Y murió bendiciendo y pidiendo el perdón del Padre para los que lo asesinaban.

Una cosa es sufrir y otra ser infeliz. Y una cosa es vivir un momento de alegría o bienestar y otra ser felices.

Estamos siendo educados por la sociedad para que evitemos a toda costa el sufrimiento, para que sólo aceptemos lo que nos da placer, bienestar o comodidad.

Si un hijo nos va a traer incomodidades lo abandonamos o lo abortamos. O tenemos pocos (1 o 2) para estar más cómodos y no gastar mucho.
Si un anciano de nuestra familia se enferma lo abandonamos en un ancianato o le aplicamos la eutanasia.
Si nuestra esposa(o) no nos gusta o "se acabó la magia" o nos hace sufrir (lo que sucede en toda relación pues aunque sea poco se sufre hasta por que no nos atiende cuando hablamos) le dejamos y buscamos otra(o).
Y si estábamos casados por la Iglesia por pereza o por no escarbar en el pasado no anulamos el matrimonio anterior ni nos casamos en la nueva relación.
O si es una relación nueva no nos casamos sino que vivimos sin mayor compromiso en unión libre y ante cualquier dificultad o sufrimiento nos separamos.
Y si nos quebramos o nos abandonan caemos en depresiones, o nos alienamos con alcohol o drogas o nos suicidamos porque no podemos soportarlo, etc.

De ésta forma dejamos de entrar en el sufrimiento y en la parte de la felicidad o de la salvación que ese sufrimiento nos trae, como lo vivió Jesús.

Cuando aceptamos y afrontamos con paciencia y amor a Jesús uniendo a su Cruz (como María, estando al pie de ella) una situación que nos trae algún sufrimiento, el Señor nos da dones para crecer en la Fe y ser más felices.

Así, el sufrimiento de nuestra vida tiene un valor salvífico real. Al evitarlo estamos perdiendo la oportunidad de estar un poco más entrenados y mejor dotados por la Gracia de Dios para ser un poco mas felices cada vez.

Por ello cuando algunas sectas promocionan por allí el "pare de sufrir" como cometido de la Fe están engañando a los incautos que les creen. Con la Fe enfrentamos de una forma diferente el sufrimiento, pero no dejamos de sufrir, lo que es diferente. Hay que entrar en el sufrimiento pues la vida lo tiene, es inevitable.

No significa ello que hay que buscar el sufrimiento sólo por sufrir, sin sentido alguno. No. Hay que asumirlo unido a la Cruz del Señor con sus incomodidades y padecimientos cuando se nos presente, que es otra cosa.

Por ello la verdad es que sólo en el Jesús que vive en comunión con el Padre se puede obtener la felicidad plena.

Pero si eso es así muchos dirán ¿porqué hay también creyentes que uno ve infelices? Porque la Fe es un camino que se recorre individualmente al interior de cada persona y no todos los católicos vamos por igual condición o parte. Mientras unos comienzan otros pueden ir en la mitad o retroceden mientras otros van llegando al encuentro con Jesús y los más ya llevan muchos años viviendo esa experiencia.

Y si eso es así ¿por qué muchos católicos no lo dicen ni lo han dicho en el pasado? La Iglesia siempre lo ha dicho pero en el lenguaje pastoral que le corresponde decirlo. Y muchos fieles no lo dicen precisamente porque no lo han alcanzado aún.

En el fondo lo que sucede es que la Fe es un misterio y como todo misterio sólo se puede conocer cuando se entra en él. Hemos oído hablar mucho de Disneyworld pero si no vamos a conocerla pues nunca sabremos por nosotros mismos lo que en verdad es. Lo mismo pasa con la Fe, si no la vas a celebrar en su Iglesia y no sigues a Jesús en Ella pues no podrás vivirla y no podrás experimentar algún día lo que es en verdad (Ver http://lasverdadesreveladasenlabiblia.blogspot.com/2010/05/la-iglesia-unica-y-universal-fundada.html), ni disfrutarás de los dones que da el Señor a quien la vive: Ciencia, Fortaleza, Consejo, Piedad, Sabiduría, Inteligencia, Temor de Dios. Y con ellos enfrentar la vida.

Y si no conoces la paz y la felicidad que te da la Fe, pensarás que la poca que has alcanzado es la máxima a que puedes aspirar, y no es así.

Cuando vivimos rebelados contra Dios o creyendo en un dios que no es el verdadero lo acomodamos a nuestros intereses y gustos aún llamándonos católicos cristianos, y las decisiones que tomamos aunque nos den un bienestar o placer pasajeros no nos quitan el estado o condición de infelicidad y angustia permanente del alma, entre esos el miedo a la muerte (entendida como el morir a nuestro yo, el dejar nuestra voluntad para hacer la de Dios), pues ellas no nos pueden quitar el desequilibrio interior en que vivimos producto del pecado original, cuya consecuencia es la angustia y la desesperanza.

Y por ello buscamos, compramos o recibimos todo lo que pensamos que nos pueda dar cada vez más momentos de placer o lo que creemos que es la felicidad: la cirugía plástica o los tratamientos para mantenernos en línea, el viaje de placer, el horóscopo o el chamán o brujo para conocer nuestro futuro, la lotería que cambie nuestra realidad, el vehículo nuevo, una casa mejor, cambio de muebles, ropa costosa, etc. Pero nada de eso nos satisface ni nos cambia de estado. Allí no está la felicidad.

Al conocer y seguir o amar a Dios (Cristo se manifiesta a cada creyente en algún momento de su seguimiento en la Fe) tu interior se equilibra con respecto a ti mismo, respecto a tu Creador, a la naturaleza y al resto de la humanidad (ya que también proceden de El), y tus deseos de amar y ser amado, de libertad (pues dejamos de ser esclavos del egoísmo que solo nos hace pensar en nosotros mismos y podemos salir al encuentro del prójimo y ayudarle), y de tener vida eterna son satisfechos plenamente, y por eso conocerás una felicidad y una paz que nunca antes habrás podido experimentar, porque fuera no existe, no se da. Experimentarás la paz que Adán y Eva vivieron en el Paraíso, la que luego perdieron por el pecado. La misma que solo Jesús nos trajo recuperándola para nosotros.

Quien es feliz porque vive el equilibrio que sólo Jesús le puede aportar asume de otra forma las dificultades o circunstancias de la vida, ya que no lo destruyen, afrontándolas o aceptándolas sin angustia y con esperanza, aunque traigan sufrimiento.
Recordemos que Pedro en el famoso pasaje de caminar sobre las aguas cuando Jesús lo hacía, sólo se hundió cuando dejó de mirar a Jesús para mirar las aguas. Mientras miraba a Jesús permanecía a flote y andaba sin problema sobre las aguas sin hundirse. Eso nos pasa a nosotros, si nos concentramos en el problema y no miramos a Jesús nos hundimos ante las circunstancias negativas de la vida. Si vivimos la vida con Él nos ayuda a ver los problemas desde otra óptica y nos ayudará a ver las soluciones mejor (ese es uno de los dones de la Fe). Los problemas pueden seguir muchas veces, pero ya no nos afectarán de la misma manera pues Jesús y su paz estarán con nosotros.

Por ello Jesús siempre le decía a sus discípulos a manera de saludo: "la paz con vosotros"(Jn 20, 21). Y antes de sufrir el martirio les dijo: "Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!"(14,27). Dijo que su paz era diferente a la del mundo y que con ella sugiere que no sentirán la inquietud ni el temor que en ese momento sentían.

Zacarías después de circuncidar a su hijo lleno del Espíritu Santo exclamó: "gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc 1, 79).

Pablo también lo dijo a los romanos: "Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rom 5,1).
Y a los efesios: "Porque Cristo es nuestra paz" (2,14).

Reitero, Jesús nos enseñó que podemos sufrir sin ser infelices. Si nuestra esposa(o) no es lo que queremos y sufrimos, podremos amarla(o), respetarla(o) y serle fiel. Si nuestros hijos no nos obedecen y son malos estudiantes, y sufrimos, podremos amarlos y no dejar de ser felices. Aún si no tenemos dinero podremos ser felices y amar la vida. Si no tenemos trabajo podremos amar esa realidad aunque suframos. Si tenemos trabajo y nuestro(a) jefe es un abusador inaguantable, podremos amarlo(a). Si hay crisis mundial o local, no sufriremos.

La vida tiene ambos, alegrías y sufrimientos. Ambas se deben encarar con el amor de Cristo. Si encaramos los placeres sin Cristo nos esclavizamos y nos volvemos adictos o desordenados o idólatras y nos destruimos (alcohol, drogas, sexo, estudio, música, etc.). Si encaramos los sufrimientos sin Cristo no los soportamos y nos amargamos y terminamos culpando o destruyendo a los demás.

Hay muchos que dicen que ser cristiano no sirve para nada en nuestra realidad de hoy, en nuestra vida contemporánea. Nada más equivocado. Cristo comparte nuestra realidad siempre. Sólo que debemos notarlo con la Fe.

Y sólo quien experimenta el amor de Dios manifestado en su Hijo Jesús, sólo quien experimenta la paz y la alegría interior que Jesús trae consigo al alma del creyente, sólo quien ha recibido la conversión y el equilibrio interior, puede darlo a los demás.