ANALIZA DIFERENTES TEMAS GENERALMENTE POLÉMICOS DE NUESTRA FE CRISTIANA
PARA MOSTRAR SI TIENEN o NO SUSTENTO BÍBLICO.

"La pregunta principal que nos planteamos hoy es ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio, para abrir caminos a su verdad salvífica en los corazones de nuestros contemporáneos, a menudo cerrados, y en sus mentes, a veces distraídas por tantos destellos de la sociedad?"... ..."La primera respuesta es que nosotros podemos hablar de Dios porque Dios ha hablado con nosotros. La primera condición del hablar de Dios es, por lo tanto, la escucha de lo que ha dicho el mismo Dios."
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AAA ¿Es cierto que la Iglesia prohibió el uso o estudio de las Escrituras, hasta llegar a incluirlas entre los libros prohibidos?


Hay quienes dicen, especialmente en los ambientes protestantes y otros no católicos, que la Iglesia prohibió el estudio de las Escrituras y citan como el inicio de esa prohibición un supuesto Concilio de Valencia que tuvo lugar en 1.229. Veamos que dice la historia y la misma Biblia acerca de estas afirmaciones:
Lo primero que debemos aclarar es que fue la misma Iglesia la que escribió las Escrituras pues fueron los miembros de la única Iglesia formada por Jesús los que escribieron esas cartas, no con la intención de que formaran parte de la Biblia pues no existía como tal, sino para solucionar problemas o inquietudes puntuales de algunas iglesias locales acerca de nuestra fe y para enseñar lo que los escritores consideraban necesario enseñar y aclarar acerca de lo dicho y hecho por Jesús. Por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles, escrito por Lucas, que era discípulo de Pedro y Pablo, se narra en 15, 1-33 como los apóstoles, después de reunirse con los presbíteros a deliberar, deciden enviar a dos delegados, Pablo y Bernabé, a la Iglesia particular o local de Antioquía que formaba parte de la misma Iglesia Universal Apostólica, con una Carta en donde les comunican que la Iglesia había decidido que los cristianos venidos de la gentilidad no tienen que cumplir los preceptos judíos ni circuncidarse para acceder a la salvación.


Esta Carta es mencionada en la Biblia y no hace parte de ella porque quizás se extravió pero la narración si es útil para mostrar que todas las que escribieron los apóstoles o sus discípulos, hagan o no parte de la Biblia hoy, las enviaron para enseñar las Escrituras y los actos y dichos de Jesús (los Evangelios), para aclarar aspectos teológicos o dogmáticos de la fe Católica (exégesis), o para comunicar decisiones acerca de como debía funcionar la Iglesia Universal en algunas materias, y esas cartas fueron dirigidas a los propios discípulos o miembros de su misma Iglesia (Hebreos, Corintos, Romanos, Antioquía, Efesios, Gálatas, etc.).


Entonces, si fue la misma Iglesia Católica la que escribió los textos y epístolas que hoy consideramos como las Escrituras, y lo hizo para enseñar la fe a los miembros y fieles de su misma Iglesia como lo muestran todas las Cartas y los Evangelios del Nuevo Testamento, ello quiere decir que ha sido la Iglesia la que las ha enseñado desde el principio, como lo hizo el mismo Jesús con ellos al predicarles y enseñarles su doctrina y las bases que ella tenía en las Escrituras antiguas.


Por ello no es cierto que la Iglesia haya prohibido jamás leer las Escrituras, sino todo lo contrario pues en uso de la autoridad que les fue dada las enseñaron desde el primer día (Hch 2, 22ss).
Ver este link para conocer lo que hace la Iglesia con las Escrituras hoy, lo que contradice la falsa acusación de que no la leemos:
http://lasverdadesreveladasenlabiblia.blogspot.com/2011/06/es-cierto-que-en-la-iglesia-catolica-no.html


Lo que si ha dicho la Iglesia, porque lo dijo el primer Papa y así aparece en las mismas Escrituras (2Ped 1, 20), es que la Biblia no es de libre o privada interpretación pues para interpretarla correctamente se debe uno remitir a la misma autoridad a la que Jesús nos remitió y es mostrado en la misma Biblia: los Apóstoles y sus sucesores, los jefes de su única Iglesia formada hace 2000 años, a quienes les dijo: "EL QUE A USTEDES ESCUCHA A MI ME ESCUCHA, EL QUE A USTEDES RECIBE A MI ME RECIBE" (Lc 10, 13ss).


La misma Biblia muestra que la autoridad para interpretar y enseñar las Escrituras y toda la fe cristiana (la misma autoridad de Jesús) reside en el Papa y los Obispos, sucesores legítimos y continuos de los Apóstoles, pues fueron los que recibieron la manifestación visible del Espíritu Santo (la que no es imaginada ni sentida emocionalmente como la asumen fuera de la Iglesia sin manifestación visible alguna), quien es el único, como lo dijo Pedro, que le da la autoridad a la Iglesia de interpretarla sin error, pues lo que fue enseñado por Jesús después de recibir la manifestación visible de su Espíritu en su Bautismo, y fue enseñado por escrito posteriormente por unos de los miembros del Colegio Apostólico después de recibir el Espíritu en Pentecostés (Hch 2, 1ss), o escrito por algunos de sus discípulos posteriormente después de recibir también la misma manifestación visible del mismo Espíritu Santo (Hch 10 y 11), debe ser interpretado por los demás miembros de la misma Iglesia de cualquier época después de recibir la misma manifestación visible del mismo Espíritu que viene desde Jesús, la que solo se transmite en la única Iglesia que El fundara hace 2000 años pues solo se transmite por parte de quien lo ha recibido manifiestamente, a quienes son sus discípulos y creen a su predicación (Rom 10, 13ss).


Solo el Espíritu después de su manifestación visible es quien puede abrir para el creyente que la ha recibido los "siete sellos" que tiene la Escritura, lo que muestra el Apocalipsis 6, 1ss.


Y una muestra fehaciente de que ello es así es que los grupos protestantes o de otra denominación, por no obedecer a ese mandato de Jesús de escuchar a la autoridad apostólica instituida para enseñar y predicar la única verdad cristiana, y por no vivir nunca la manifestación visible del Espíritu Santo que solo es posible vivir en la Iglesia Católica desde hace 2.000 años pues es la misma formada por Cristo, INTERPRETAN PRIVADAMENTE (con su sola razón) LA ESCRITURA y por ello la única verdad que Jesús nos trajo, la que no está toda en la Escritura pues el Espíritu la debe completar a los miembros de su Iglesia después de su manifestación visible (Jn 16, 12), la han convertido en cientos de miles de falsas "verdades" (según el criterio de cada congregación o pastor), lo que por si solo demuestra que no vienen de Cristo pues la misma Biblia dice que hay "UN SOLO SEÑOR, UN SOLO BAUTISMO, UNA SOLA FE (o Verdad)" (Ef 4, 5), que es la de la Iglesia que El formó, como lo dijo Pablo en 1Tim 3, 15-16: "PARA QUE SI TARDO SEPAS COMO PORTARTE EN LA CASA DE DIOS, QUE ES LA IGLESIA, COLUMNA y FUNDAMENTO DE LA VERDAD".


Y aquí podemos leer lo que dice un autor de Catholic.net con respecto al Concilio de Valencia de 1.229 y la supuesta prohibición de la lectura de la Biblia por parte de los fieles de la Iglesia:


"En cuanto al concilio de Valencia, he de confesar que no he encontrado ninguna referencia sobre este supuesto concilio. Ciertamente si se tuvo, no es parte de los concilios ecuménicos. Por otro lado el índice de los libros prohibidos existió desde 1559 hasta 1966. Que yo sepa la primera condena históricamente cierta es la de Thalías a Arrio en el concilio de Nicea (325). El Papa Anastasio condenó los escritos de Orígenes en cuanto más nocivos para los ignorantes que útiles para los doctos (400). San León Magno rechazó en Roma los escritos maniqueos, y ordenó a los obispos españoles que hicieran algo similar ante los priscilianistas. Inocencio III condenó el escrito de Joaquín de Fiore contra Pedro Lombardo (IV concilio de Letrán de 1215). Pero eso del concilio de Valencia y de la inclusión de la Biblia en el índice es una falsedad y un anacronismo".

Una de las pruebas de que jamás la Iglesia ha ordenado no leer las Escrituras, son las reiteradas invitaciones que a través de los siglos han hecho los Papas. Habría muchísimas invitaciones mas de Obispos y Sacerdotes, pero sería demasiado extenso reproducirlas todas.

INVITACIÓN DE LA IGLESIA EN TODOS LOS SIGLOS A LEER LA ESCRITURA:

«Vosotros amados, sabéis bien las Sagradas Escrituras; tenéis un profundo conocimiento de la Palabra de Dios. Guardarlas para acordaros de ellas (San Clemente, 4º sucesor de Pedro), 

Siglo II. «Leed con mayor empeño el Evangelio que nos ha sido transmitido por los apóstoles» (San Ireneo, Obispo y Doctor de la Iglesia). 

Siglo III. «El cristiano que tiene fe se dedica a la lectura de las Sagradas Escrituras» (San Cipriano de Cartago, Obispo y Mártir).

Siglo IV. «No deje nuestra alma de dedicarse a la lectura de las Letras Sagradas, a la meditación y a la oración, para que la Palabra de Aquel que está presente, sea siempre eficaz en nosotros» (San Ambrosio de Milán, Obispo y Doctor). 

Siglo V. «Cultivemos nuestra inteligencia mediante la lectura de los Libros Santos: que nuestra alma encuentre allí su alimento de cada día…¿Cómo podríamos vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer a Cristo que es la vida de los fieles?....Nos alimentamos con la Carne de Cristo y bebemos su Sangre no solamente en el Misterio de la Misa, sino también leyendo las Escrituras» (San Jerónimo, Doctor de la Iglesia).

Siglo VI. «¿Qué página o que sentencias hay en el Antiguo y Nuevo Testamento, que no sean una perfectísima norma de la vida humana» (San Benito de Nursia, fundador de la Orden Benedictina), 



Siglo VII. «Pues habíendote enviado el Emperador del Cielo,y el Señor de los hombres y de los ángeles sus cartas, en las que se trata de tu propia vida, ¿cómo te descuidas de leerlas y no manifiestas ardor y prontitud en saber lo que en ellas se contiene? Por lo cual, te encargo que te apliques a ese estudio con la mayor afición y que medites cada día las palabras de tu Creador. Aprende por la Palabra de Dios cuál es para contigo el corazón de Dios» (San Gregorio Magno, Papa y Doctor de la Iglesia).

Siglo VIII. «Te ruego encarecidamente que te dediques en primer lugar a la lectura de los Libros Sagrados, en los cuales creemos encontrar la vida eterna» (San Beda, Doctor de la Iglesia).

Siglo IX. «Exhorta a los fieles al descanso dominical para que el cristiana pueda dedicarse a la oración y ocuparse de la Sagrada Escritura» (San Nicolás, Papa).

Siglo XI. «Siempre dedícate a la lectura de la Sagrada Escritura. A esto entrégate enteramente y persevera y vive con ella» (San Pedro Damián, Cardenal y Doctor de la Iglesia). 

Siglo XII. «Tenemos necesidad de leer la Sagrada Escritura, puesto que por ella aprendemos lo que debemos hacer, lo que hay que dejar y lo que es de apetecer» (San Bernardo, Doctor de la Iglesia), 

Siglo XIII. «Siendo probado, como lo es, que la ignorancia de la Escritura ha originado muchos errores, todos tienen que leerla o escucharla (Gregorio IX, Papa). 

Siglo XIV. «Esta es la Escritura llamada por vosotros Biblia, pero nosotros los bienaventurados la llamamos sol más resplandeciente que el oro que fructifica como la semilla que da ciento por uno» (Santa Brígida). 

Siglo XV. «Así me diste, oh Señor, como a enfermo, tu sagrado Cuerpo para recreación del ánima y del cuerpo, y pusiste para guiar mis pasos una candela que es tu Palabra. Sin estas dos cosas ya no podría yo vivir bien, porque la Palabra de tu boca, luz es de mi alma, y tu Sacramento es pan de vida (Tomás de Kempis). 

Siglo XVI. «Todo hombre peca…si estima más las ciencias profanas que las divinas, y lee más los libros mundanos que los sagrados. Más aún: no comprendo cómo éstos pueden amar sobre todas las cosas a Dios que inspiró tan saludables libros. Aunque no quiero obligar a nadie a leerlos, tampoco puedo eximir a todos de la lectura de la Sagrada Escritura (Adriano VI, Papa).

Siglo XVII. «De la misma manera que el apetito es una de las mejores pruebas de salud corporal, al gustar de la Palabra de Dios, que es un apetito espiritual, es también señal bastante segura de la salud espiritual del alma» (San Francisco de Sales).

Siglo XVIII. «Es muy loable tu prudencia, con la que has querido excitar en gran manera a los fieles a la lectura de las Santas Escrituras, por ser ellas fuentes que deben estar abiertas para todos, a fin de que puedan sacar de allí la santidad de las costumbres y de doctrina (Pío VI, Papa). 

Siglo XIX. «Son muchos los testimonios de la más absoluta claridad que demuestran el singular empeño que los Romanos Pontífices y por mandato suyo los demás obispos de la cristiandad, han puesto en los últimos tiempos para los católicos de todos los países traten de posesionarse con afán de la palabra divina, tal como aparece en la Sagrada Escritura y en la Tradición » (Gregorio XVI, Papa), 

Siglo XX. «Queriendo renovarlo todo en Jesucristo, nada deseamos más que el acostumbrarse nuestros hijos a tener la Sagrada Escritura para lectura cotidiana. Por ella pueden conocer mejor el modo de renovar todas las cosas en Jesucristo» (San Pío X, Papa)