ANALIZA DIFERENTES TEMAS GENERALMENTE POLÉMICOS DE NUESTRA FE CRISTIANA
PARA MOSTRAR SI TIENEN o NO SUSTENTO BÍBLICO.

"La pregunta principal que nos planteamos hoy es ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio, para abrir caminos a su verdad salvífica en los corazones de nuestros contemporáneos, a menudo cerrados, y en sus mentes, a veces distraídas por tantos destellos de la sociedad?"... ..."La primera respuesta es que nosotros podemos hablar de Dios porque Dios ha hablado con nosotros. La primera condición del hablar de Dios es, por lo tanto, la escucha de lo que ha dicho el mismo Dios."
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AAA Pentecostés: lo que Dios nos reveló al darle el Espíritu Santo a su Iglesia. La Comunión de los santos.

Para iniciar este tema, recordemos que en la tradición judía, en Pentecostés se celebraba la fiesta de la siega o de las semanas, en donde el pueblo traía a Yahveh las primicias (los primeros frutos del año) de sus cultivos y ganado, con las que toda la cosecha y los rebaños quedaban bendecidos (Ex 23, 16; 34, 22; Dt 16,10).

Esta fiesta de la siega luego se convirtió en la fiesta de la Renovación de la Alianza entre Yahveh y el pueblo (2Cro 15, 10 - 13).

Es en medio de esta fiesta que el Padre y el Hijo envían su Espíritu Santo como primicia del Reino de Dios a los apóstoles (tal como en la Pascua judía, en que el cordero que sacrificaban los judíos es reemplazado por el enviado de Dios en la Cruz y que se convierte en Eucaristía, ahora las primicias no son dadas por el pueblo sino que son el Padre y Jesús quienes la envían al pueblo creyente), pactando con los hombres en Jesús una Nueva Alianza (en la fiesta de Renovación de la Alianza judía Jesús establece una nueva Alianza), en la que ya no seguirán los creyentes mandamientos externos sino que en su interior estarán los mandamientos dados por el Espíritu Santo, en lo que ahora será un culto espiritual al Padre.

Entendido esto, veamos entonces lo que el Señor nos mostró en Pentecostés:

"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos con un mismo objetivo. De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; se llenaron todos de Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse." (Hch 2, 1ss).

La indivisibilidad o unidad de la Iglesia como Cuerpo de Cristo y su misión intercesora en la Tierra:
Aún antes de la manifestación del Espíritu Santo el colectivo de los apóstoles, los discípulos que Jesús escogió y enseñó personalmente durante más de tres años continuos, por ese solo hecho ya formaban un solo cuerpo "con un mismo objetivo", aunque esa unidad inicial fuera todavía imperfecta sin la llegada o manifestación del Espíritu.

Lo que primero observamos es que los apóstoles estaban reunidos en oración con María, lo que hacían muy frecuentemente después de la Ascención de Jesús. Esta oración conjunta de la Iglesia propicia el momento de la manifestación del Espíritu Santo y es el único medio de que dispone el creyente para acelerarla, pues el mismo Jesús dijo que "solo el Padre sabe el día y la hora" (Mt 24, 36) de la venida del "Hijo de hombre", que se hace presente al manifestarse el Espíritu Santo a cada fiel.

Por ello, por establecer una unidad sobrenatural con el Espíritu es que el mismo Jesús dijo al Padre: "Yo les he dado la gloria que tú me diste (El Espíritu Santo), para que sean uno como nosotros somos uno: YO EN ELLOS y tu en mí" (Jn 17, 20-23).
Lo que demuestra claramente que al manifestarse el Espíritu al creyente es Cristo quien llega a él, nos convertimos en "otro Cristo".

Por ello podemos decir que no es cierto que con solo hacer una oración diciendo que creemos en El y que lo aceptamos en nuestro corazón podamos dar por cierto que tenemos el Espíritu o que Jesús está en nuestro corazón si no hemos vivido una manifestación parecida a la que en Pentecostés vivieron los apóstoles y María. La manifestación del Espíritu al creyente se nos da después de una vida de cultivar nuestra Fe siguiéndolo como árboles del bosque de su Iglesia, ya que el Espíritu es el fruto esperado haciéndose visible y tangible para el creyente, como en cualquier árbol que cultivemos.

Nótese que cuando hablo de la presencia del Espíritu Santo no menciono el término "llegada", sino "manifestación". Ello tiene un claro motivo y tiene que ver con que aquí en Pentecostés Dios quiere y necesita, de la misma manera que en el Bautismo de Jesús, mostrar claramente a los presentes la venida del Espíritu, para que supieran de su llegada y de su presencia en Jesús inicialmente y en los apóstoles después quienes iniciarán la nueva Iglesia, a la que por esa manifestación pública deben adherirse los presentes y los demás hombres.

Pero, en el caso del rito del Bautismo, no quiere decir que quienes como Jesús se bautizaron en el Jordán con Juan o se bauticen en el futuro en la misma Iglesia que fundara, les haya pasado o les pase lo mismo, que vayan a tener una escena pública de visión de su Espíritu Santo.

Los creyentes recibimos realmente el Espíritu Santo al bautizarnos pero ya sin advertir su llegada, que se da en forma invisible o velada como cuando sembramos una semilla, para manifestarse después con la conversión (el fruto), en algún momento de nuestro seguimiento en la Iglesia.

Por ello, lo que los apóstoles vivieron en Pentecostés no es la llegada inicial del Espíritu pues como Jesús ya lo habían recibido en su interior por efecto del rito del Bautismo. Lo que vivieron fue su manifestación visible a cada uno de ellos, el hacerse visible y sensible a su mente, corazón y sentidos, a la inteligencia y voluntad de cada uno de los discípulos para guiarlos ya efectivamente en su misión actuando a través de ellos desde ese momento. Por el hecho de que por primera vez reciban su manifestación, que por primera vez el Espíritu se haga para ellos audible o visible, solo en ese sentido debemos mirarlo como una "llegada" pues por vez primera lo están percibiendo.

Los apóstoles fueron bautizados por Juan en el Jordán (solo aparece el de algunos pocos, cf Jn 1, 35-42), lo que presumimos y debemos dar por hecho aunque no aparezca expresamente narrado en los evangelios.

Como dijimos, en este caso para hacerse visible a todos los presentes por ser los inicios de la Iglesia y necesitar Dios que fuera visto por todos los presentes para que creyeran que estaba en ellos, esa manifestación privada y personal a los apóstoles también debía ser pública, de lo contrario no hubiera sido así.

Si éste Pentecostés es el modelo de la manifestación del Espíritu al creyente que Dios debía mostrar a todos los presentes para que supieran de su venida a los apóstoles, la que deben experimentar sus discípulos y los miembros de la Iglesia en adelante debe ser, aunque visible y audible para quien lo recibe, de carácter privado e íntimo, pues ya la presencia en la Tierra y en la Iglesia del Espíritu ha sido mostrada antes.

Eso es lo que Juan el Bautista y Jesús llaman claramente "el Bautismo en Espíritu": "Yo os bautizo con agua pero detrás de mi viene otro que os bautizará con Espíritu Santo y fuego", Mt 3, 11. Jesús dijo antes de su elevación a los Cielos. "Juan os bautizó con agua pero en pocos dias ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo", Hch 1, 5. Como vemos, hay que distinguir el Rito del Bautismo, del Bautismo en Espíritu que solo hace Jesús.

Este acto de manifestación del Espíritu Santo al creyente es la conversión verdadera -metanoia-, pues es a partir de ella que el creyente realmente se transforma interiormente en otro Cristo: "Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí", Jn 17, 22-23, y puede ser guiado verdaderamente por el Espíritu de Jesús, pues este solo le transmite lo que de Jesús recibe: "Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo explicará a vosotros.", Jn 16, 14. Así cada creyente que lo recibe podrá desde ese momento escuchar y recibir su voluntad y seguirla dejando de lado su propia voluntad humana, lo que hace Pedro con su discurso y los demás apóstoles desde ese momento (Hch 2, 22).

Así, la llegada a la Iglesia puede llamarse conversión en la medida en que hemos mirado hacia Dios por vez primera y nos hemos arrepentido de nuestros pecados y pedido perdón a Dios por ellos, lo hemos comenzado a seguir aunque con mandamientos externos, pero es ese caminar al interior de la vida de la Iglesia el que nos debe llevar hacia la conversión verdadera, al encuentro personal con Él, a su manifestación visible, que debe darse en algún momento de nuestra vida terrenal, de nuestro camino eclesial.

A eso se refiere Pedro cuando les dice a los discípulos, quienes ya pertenecen y caminan y siguen a Jesús en la Iglesia: "No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión"(2 Pe 2, 9)"

Es decir, quienes ya son bautizados y son discípulos activos de la Iglesia, a pesar de ello y por obstáculos espirituales que aún deben superar, no han recibido la conversión verdadera. Digamos que ya han escuchado suficiente Palabra y Eucaristía para ser conversos pero aunque la hayan aceptado en su mente han podido no recibirla totalmente con su corazón. Y los discípulos que no perseveran y se retiran de la Iglesia interrumpen ese camino hacia la conversión verdadera.

Eso es lo que nos muestran también los evangelios en los apóstoles, quienes después de haber sido elegidos y llamados por Jesús -su llegada a la religión-, duran tres años de camino con Él recibiendo su predicación con sus palabras y actos, hasta llegar al día de Pentecostés, en donde reciben "su" manifestación del Espíritu Santo que Jesús resucitado les envía, recibiendo así su conversión verdadera.

Y por traicionar a Jesús no lo recibió Judas, lo que nos puede pasar a nosotros aún cuando continuemos en su Iglesia.

Por ello, no podemos tomar el asistir a la Eucaristía como un fin en si misma en el sentido de que por ir pensemos que ya estemos convertidos. No es asi. Vamos a la Eucaristía y a otra liturgia de la Iglesia a buscar la conversión, la que en un momento determinado el Señor nos concederá al enviarnos su Espíritu.

Esto es importante diferenciarlo pues los actos que son narrados en las Escrituras que tienen que ver con la unción del Espíritu tienen cada uno un sentido y un fin muy preciso para enseñarnos lo que debemos asumir como cierto o no y lo que debemos esperar, lo que veremos con mayor profundidad.

Es a ese cuerpo de discípulos preparado por el mismo Jesús con anterioridad a su muerte, en oración y unidad permanente, que se manifiesta colectivamente el Espíritu Santo, una misma persona en todos, para que esa unidad, simbolizada exteriormente por las lenguas o llamas de fuego iguales, se diera por vez primera entre los hombres.

Antes de esta manifestación visible, dice el Catecismo que nadie puede decir con seguridad que lo guía el Espíritu Santo pues si ha sucedido antes que el Espíritu nos guíe, esto no es posible percibirlo, y agrego que es solo después de su manifestación que nos es revelado cuando y en que circunstancia pasada de nuestra vida sucedió.

Las llamas de fuego iguales, aún siendo varias, simbolizan exteriormente la individualidad de la persona del Espíritu Santo y la expresión de su unidad al actuar en las diferentes personas que lo reciben (es Uno en todos). Es por el Bautismo en Espíritu que da la unidad a su Iglesia, el que la hace única y sólidamente una en toda la Tierra, como lo pidió Jesús al orar al Padre.

Es necesario aclarar de nuevo que el Rito del Bautismo nos hace miembros nominales de la Iglesia, pero es el Bautismo en Espíritu el que nos hace miembros plenos, ya en propiedad, de la Jerusalén Celeste, de la Iglesia adulta o conversa. Y es el Rito del Bautismo el que nos hace ser bautizados en Espíritu, pero son dos momentos diferentes de la vida de fe de cualquier creyente.

De hecho mientras sucede Pentecostés y Pedro inicia el ejercicio de sus funciones de líder del grupo apostólico que Jesús le había concedido antes de su muerte y resurrección, y se dirige a los presentes quienes después de su discurso le preguntan que deben hacer, a lo que Pedro y los demás contestaron que debían bautizarse en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, con lo que se refiere al Rito, y enseguida les dice "y recibiréis el Espíritu Santo", de lo que son testigos en ese momento, con lo que se refiere al Bautismo en Espíritu que es muy posterior al Rito.

El evangelista Lucas dice que "los que creyeron a su Palabra se bautizaron (con el Rito) y que "ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil". Y enseguida dice que "Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida en común, en la fracción del pan (la Eucaristía) y en las oraciones", Hch 2, 41-42, y al final del capítulo dice: "Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse", 47, lo que significa que realmente se incorporaban a la comunidad apostólica para llevar vida eclesial en comunidad, en la misma que formó Jesús en Pedro y los demás apóstoles, en su única Iglesia, para posteriormente recibir el Bautismo en Espíritu que en ese momento estaban recibiendo los Apóstoles.

Entonces no es cierto que Jesús no fundó una Iglesia y no es cierto que para salvarse no es necesario pertenecer a la Iglesia apostólica que Jesús fundó hace dos mil años, porque en ella es en la única en que podemos seguirlo y en la única en la que podemos llegar a recibir la manifestación visible de ese mismo Espíritu Santo, al ser bautizados en Espíritu.

Retomando el tema, podemos decir que ese signo exterior de las lenguas de fuego es muestra también de que su acción se hace interior en cada apóstol, lo que se hace evidente al hablar cada uno en lenguas que ellos no dominaban: "¿es que no son galileos todos estos que están hablando? pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?" (Hch 2, 7-8), pues ello demuestra que lo manifestado no podía provenir de la inteligencia o conocimientos de los apóstoles sino de Dios.

El Espíritu actúa también de forma distinta en cada apóstol, reflejado en las diversas lenguas que hablan unos y otros, lo que muestra una actividad independiente al interior de cada uno con respecto a la de los demás pero cohesionada en la presencia, individualidad, unidad y la inteligencia perfecta de un mismo Espíritu. Así, la unidad se realiza ya no en la frágil, divisionista y errática voluntad humana sino en la presencia unitiva e inteligencia del mismo Dios.

Por ello dijo Jesús: "Yo les he dado la gloria que tú me diste (El Espíritu Santo), PARA QUE SEAN UNO COMO NOSOTROS SOMOS UNO (una sola Iglesia en toda la Tierra como Jesús es Uno con el Padre por el Espíritu Santo): YO EN ELLOS y TU EN MI, PARA QUE SEAN PERFECTAMENTE UNO (la unidad de la Iglesia es sobrenatural, no humana), y el mundo conozca que tú me has enviado (la unidad es uno de los signos por los que podemos reconocer a su Iglesia) y que los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17, 22-23).
El creyente, como Jesús, por el Bautismo en Espíritu se hace uno con el Padre, y nos ama tanto como a El. Somos otro Hijo amado para el Padre, en su único Hijo Jesucristo. Y solo el Espíritu nos hace Uno con la Iglesia, con los demás discípulos, integrándonos sobrenaturalmente a su Cuerpo místico que es la Iglesia.

Esta es la llamada comunión de los Santos, tan discutida y desconocida por fuera pero que es una realidad latente y siempre actual en la vida de la Iglesia que fundó Jesús, que se hace concreta porque todos los creyentes que han recibido la manifestación del Espíritu Santo actúan como una sola persona pues cada uno de ellos actúa movido por lo que el Espíritu Santo le inspira o ilumina, sin importar si lo que inspira actuar o decir a alguien en un momento es diferente de lo que inspira a otro u otros o están en diferentes sitios; ni tampoco importa el número de miembros inspirados de la Iglesia pues el Espíritu llega personalmente a cada nuevo creyente convertido, que en este caso de Pentecostés son solo Doce pero da lo mismo si son cientos o miles o millones, pues todos y cada uno son guiados y actúan siguiendo las inspiraciones que individualmente el mismo Espíritu Santo les proporciona. La comunión está es en que todos hacen la voluntad que el Espíritu les transmite, aunque esta sea diferente para cada creyente, pues el Espíritu la imparte de acuerdo a las circunstancias de vida particulares de cada uno.

Así lo dijo Pablo a los Corintios: "Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo (esto quiere decir que la profesión de fe verdadera se debe hacer al recibir el Bautismo en Espíritu, no solo de boca). Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu." (12, 3-7. 12-13).

Como podemos ver, es por el Bautismo en Espíritu que es sellada la unidad entre todos los miembros del Cuerpo de Cristo que es su Iglesia visible.

Y es obvio que el objetivo de esta actuación del Espíritu en los creyentes es que transmitan la voluntad de Dios a todos los hombres que los escuchen, como lo dijo Jesús: "Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros", Jn 10, 19-20.

Porque ya esa presencia visible del Espíritu Santo nos hace testigos presenciales de su resurrección: "recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra", Hch 1, 2.

Y el ser testigos por el Espíritu de esa resurrección es lo único que los autoriza a proclamar al mundo la verdad de su mensaje, como lo dice Lucas: "Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros,
tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra", Lc 1, 2.

Así lo dijo también Pedro en Pentecostés: "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen.", Hch 5, 32.

Es éste Espíritu el que trae contenida en su ser la muerte (el sacrificio de la voluntad humana) y la resurrección de Cristo (al hacer su voluntad ya manifestada en nosotros ya El vive, ha resucitado en nosotros y nos transmite su voluntad), y por ello desde entonces el creyente puede transmitirla a quienes sean sus discípulos y crean a través de ellos en el Evangelio, la Buena Noticia. Esta condición interior la manifestó claramente Pablo cuando dijo "con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi", Gal 2, 20.

Sin esta previa manifestación visible no hay predicación eficaz y es solo a través de ella que podemos creer en Jesús, como El mismo lo dijo al orara al padre hablando de los miembros de su Iglesia: "Padre te ruego no solo por estos (los Doce) sino por los que por su Palabra creerán en mí, para que todos sean uno, como tu y yo somos uno", Jn 17, 20.


La mansión del Espíritu
A esta recepción del Espíritu se refería Jesús cuando dijo antes de su muerte y resurrección a sus discípulos: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros", (Jn 14,2-3).

El Espíritu Santo es la mansión que Jesús preparó a sus discípulos con su predicación primero y con su resurrección y ascensión al Padre después. Y al llegarle a los Apóstoles se cumplió su promesa de "volver y tomarlos conmigo" pues es El mismo quien vino, como vimos arriba. Y los apóstoles son "tomados" por Jesús al recibir su Espíritu pues se convierten por medio de El en "otro Cristo" (quien recibió el Espíritu en su Bautismo), "para que donde esté yo estéis también vosotros" (al llegarles el Espíritu ya los apóstoles estarán donde esté Jesús pues en adelante lo llevarán los apóstoles a donde vayan, a donde el Espíritu los guíe).

El Espíritu es la "Casa de mi Padre" a la que se refería Jesús, el Cielo, la presencia de Dios en la Tierra, la que antes se daba en el Templo, ahora se dará en el nuevo templo del Espíritu Santo que es cada creyente.



La indivisibilidad o unidad de doctrina y el verdadero "Don de Lenguas"

Como decíamos arriba, no obstante ser un acto colectivo o colegiado, a su vez se convierte en un acto personal e íntimo para cada uno de los apóstoles en particular, pues cada uno de ellos habla en lenguas diferentes. Pero se agrega algo a la escena y es que los testigos comentan que además "les oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios" (Hch 2, 11).

Es decir, personas diferentes, movidas e inspiradas por un único Espíritu, una única inteligencia y voluntad divinas presente en todos y cada uno de ellos, proclaman en diferentes idiomas, "según el Espíritu les concedía expresarse" las mismas "maravillas de Dios", pero LOS QUE ESTABAN PRESENTES LES ENTENDÍAN lo que decía cada apóstol en la lengua de cada oyente, pues se dirigían a personas que si hablaban y entendían el idioma usado en algún momento por cada apóstol.

Hago un paréntesis para decir que ello muestra que el don de lenguas que el Espíritu comunica a la Iglesia no es el hablar en lenguas desconocidas para los oyentes. El don de lenguas es entendible y en el mismo idioma siempre de quienes los escuchan. Lo nuevo está es en que la palabra que se pronuncia viene de Dios, no del creyente, y por eso es un don de una lengua nueva (la de Dios) la que se recibe. Por ello es lamentable que muchas sectas hagan simulaciones en sus asambleas de supuestos éxtasis para mostrar que tienen el don de lenguas descrito en la Biblia, cuando en ningún momento el carisma legítimo implicaba el hablar lenguas inentendibles para los presentes.

Es decir, muchas bocas en muchos idiomas (y países hoy) pero en un único Espíritu expresando la única voluntad de Dios, para que sean escuchadas, entendidas y creídas las verdades de la Fe que forman una sola Verdad, la nueva y única doctrina de la ahora única Fe común, de la única nueva Iglesia. Si el Espíritu es Uno y nos transmite lo que oye del Padre y es de Jesús, la verdad o doctrina del Evangelio necesariamente debe ser una también.

Con razón dijo Pablo: "Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes." (1Tes 2, 13).

Ello nos lleva a concluir que las "verdades de la fe", la Palabra de Dios, como la Iglesia misma, deben conformar un solo cuerpo universal, física y realmente hablando, y tener una sola verdad como doctrina, la que es comunicada solamente por los miembros de su Iglesia Universal (Católica) en los idiomas nativos de cada país donde van.
La única y verdadera doctrina cristiana es una con su Iglesia, a la que le fue entregada en depósito perpetuo y es transmitida por el mismo Cristo a través de los Obispos en comunión con el Papa y de los sacerdotes en comunión con ellos. Es comunicada por hombres comunes y corrientes pero inspirados y poseídos por el Espíritu Santo.

Por ello no es cierto cuando se dice que la Iglesia tiene "doctrinas de hombres" pues esa frase se refiere es a los que no tienen el Espíritu, los que no hablan en el nombre y la presencia de Dios, a quienes están por fuera de la Iglesia de Cristo, como lo dijo Jesús a los fariseos porque seguían la Ley escrita pero Jesús les criticó el que desobedecían el mandamiento de honrar a padre y madre al no asistirlos económicamente con la excusa de consagrar sus bienes al Templo, pero se seguían beneficiando de ellos, lo que era su propia tradición y no la de Dios.

Por la llegada del Espíritu manifestada visiblemente desde su Bautismo, es que dijo Jesús: "Pero llega la hora -ya estamos en ella- en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en verdad porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es Espíritu, y los que adoran, deben adorar en Espíritu y verdad." (Jn 4, 23).

Y Jesús dijo a sus Apóstoles, a los miembros de su única Iglesia, que El no podía decirles toda la verdad en ese momento porque no podrían con ello, y que cuando les llegara el Espíritu de la Verdad, los llevaría a la verdad completa. Ello quiere decir que nadie que no haya vivido esta experiencia puede decir que conoce la verdad cristiana en su totalidad. Y que nadie fuera de la única Iglesia apostólica pueda llegar a tener una verdad diferente que sea también de Cristo, o que sea superior o mas verdadera a la que ella proclama.

Nadie puede afirmar que interpreta correctamente la Palabra de Dios sin haber recibido antes la manifestación del Espíritu Santo. Quien la interpreta sin vivrlo lo hace con una razón solo humana, movido por sus propios razonamientos, privada. A ello se refería el Apóstol Pedro al decir: "Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios" (2Pe 1, 20-21).

Por ello es que el Magisterio de la Iglesia es necesario e imprescindible, porque sus miembros, el Papa y los Obispos (los sacerdotes son servidores de ese Magisterio para transmitirlo en nombre de los Obispos), han tenido por el Sacramento del Orden y por un largo proceso de relación personal e iluminación con el Espíritu Santo, lo que les ha permitido llegar a la verdad completa que solo el Espíritu revela. Por ello si no hemos vivido esta experiencia, y aún después de vivirla como fieles rasos, para tener la seguridad de una correcta interpretación de la Biblia debemos necesariamente recurrir al Magisterio de la Iglesia, que como vemos, le es dado por el Espíritu Santo, garantizando que no es una sabiduría solo humana aunque sea transmitida por hombres, y transmitiéndonos toda su idoneidad, autoridad, eficacia y verdad en la interpretación de las Escrituras y en la parte de la revelación que no aparece en Ellas.



Las iglesias que nacen después de Jesús

Y el Espíritu certifica que la Iglesia que verdaderamente venga y sea de Cristo no nació de la Biblia sino del Espíritu, contrariamente a lo que sucede con las demás, que nacieron o nacen solo porque alguien se dedicó a estudiar la Biblia y funda una congregación.

Es al revés el proceso: primero nace la Iglesia al venir Jesús y por la acción del Espíritu Santo (lo que solo podía suceder una vez al venir Jesús hace dos mil años a cumplir su misión desde el año 30 y enviar el Espíritu a la Iglesia en el 33) y luego sus discípulos, de acuerdo con la experiencia, el entendimiento y la luz que El les da después de su manifestación, comienzan a escribir desde los años 65 aproximadamente sus experiencias e interpretación de los actos y palabras de Jesús para enseñarlos a sus propios discípulos, a los miembros de su misma Iglesia, y por ello nace el Nuevo Testamento, la Palabra escrita, la que solo da testimonio de lo vivido en la Fe para que sirva de enseñanza o de referencia para los futuros creyentes de esa misma, única y universal Iglesia.

La Biblia no reemplaza a la Iglesia como instrumento de salvación pues es un producto de ella, no su origen, y ésta solo da testimonio de que la salvación existe y la han vivido sus discípulos, quienes la han escrito. Y solo en las manos de su autora, de la Iglesia, es que ella es eficaz para proporcionarnos la Gracia que nos lleva a la conversión y la salvación. La Biblia es una consecuencia de la Fe de la Iglesia, no su causa u origen. Y fue escrita por los dirigentes de la Iglesia primitiva para dar testimonio o enseñanza de su Fe o para resolver asuntos puntuales de la Fe o de la vida cristiana de esa misma Iglesia.

Todos los Libros Sagrados del Nuevo Testamento son producto de la acción e interacción de Dios con los hombres al interior de la Iglesia o pueblo de Dios, a algunos de cuyos miembros inspiró para que esas historias o reflexiones quedaran escritas para la enseñanza de algunas iglesias particulares que ya existían y la de los futuros y nuevos fieles, pero en los inicios de la Iglesia éstos no existían, por lo que la Fe era bien claro que era recibida por seguirlo en esa Iglesia.

Y es por ese seguimiento a través de quienes ya han recibido la manifestación visible del Espíritu, en este caso los apóstoles que lo recibieron de esa manera por el tiempo que caminaron junto al mismo Jesús quien lo recibió en su Bautismo, y los discípulos de los apóstoles por el tiempo que lo siguieron con ellos, que se recibe la manifestación o el Bautismo del Espíritu, transmitido por la predicación de palabra o por carta, y de los actos de quienes como los apóstoles ya lo tenían, y no por el Nuevo Testamento escrito en forma independiente de ella, ya que, como dijimos, en ese entonces no existía escrito.

Y ello es lo que hacen Pedro y los apóstoles desde el momento en que lo reciben en Pentecostés, lo que es narrado especialmente en el libro de los Hechos y es corroborado en muchos textos de las Cartas apostólicas.

La Palabra escrita por sí sola no contiene ni puede transmitir el Espíritu Santo ya que éste solo existe y actúa en y por medio de las personas, por lo que solo quienes teniendo antes el Espíritu manifestado en ellos, proclamando la Palabra hoy ya escrita de viva voz, y lo que el mismo Espíritu Santo les ilumina hacer y decir en su predicación, celebraciones y ritos, siendo creído y recibido por el fiel, genera poco a poco la transmisión de ese mismo Espíritu a los creyentes a los que aún no se ha manifestado, hasta que esto efectivamente le sucede, y así mismo puede ayudar a transmitirlo a otros discípulos, garantizándose así la unidad, universalidad, renovación y permanencia de la Iglesia en la Tierra en todas las épocas.

Por ello las sectas o grupos que se fundan desde el siglo pasado o antepasado cuando mucho, basados en la Reforma de Lutero, son ilegítimos pues carecen de la autoridad y eficacia que solo el Espíritu Santo, mediante su manifestación visible, puede proporcionar a la Iglesia, a cada creyente, para llevar a los demás a la salvación.

Y de hecho, si toda la doctrina de la Iglesia debe ser una y universal, así debe ser nuestra forma de actuar y proceder con respecto a la verdad evangélica, ya sea manifestada en la predicación o a través de las Escrituras, y considerar que toda la revelación debe tomarse en su integridad como un cuerpo indivisible de doctrina, por lo que no es acertado solo tomar como ciertos algunos pasajes de la Escritura y desechar otros (eso es ser sectarios, aceptando solo los sectores de la Escritura que convienen a una Fe acomodada a mi gusto) que no están de acuerdo con los prejuicios que nos hemos hecho de algunos textos o de algunos personajes bíblicos, que da como resultado el hacer una desacertada o incompleta interpretación de la Biblia, o hacerlo con las creencias personales que no hemos podido sincronizar con las verdades bíblicas, tal como hacen algunas confesiones y algunas sectas o grupos.

Todo lo revelado debe creerse tal y como se nos enseña sin rechazar nada oponiendo creencias que nacen de la subjetividad personal del creyente, pues al hacerlo podemos no recibir (o rechazar) los bienes espirituales que la verdad mostrada o significada no creída conlleva, con lo que podemos retrasar nuestra conversión verdadera hasta que esa verdad sea creída, u obstruirla seria o definitivamente si nunca esa verdad es aceptada, con lo que nuestro camino a la conversión y a la salvación pueden quedar truncados.


La eficaz comunicación de los carismas al creyente
Como ya dijimos antes, es de resaltar que el hecho de que los apóstoles hablen idiomas que no dominaban, lo que manifestaron los testigos, muestra la intervención de Dios en su mente, en su voluntad y en su operación corporal para que el hombre no exprese la palabra y la voluntad humana que sigue presente en la personalidad de cada apóstol sino para que a través de esa misma personalidad exprese Dios la Palabra que quiere comunicar a quienes escuchan.
Ello muestra la privada e íntima pero real y eficaz comunicación del carisma de profecía -y de todos los carismas- del Espíritu Santo a los creyentes, tal y como lo dijo Pablo, citándolo nosotros al comienzo.

En este acto de Pentecostés es mostrado también que con la conversión verdadera de los discípulos -dada solamente por la presencia, manifestación visible, guía e iluminación del Espíritu Santo que transmite y comunica efectivamente los carismas y dones a cada creyente y a quienes son convertidos por ellos, lo que podemos ver en los actos inmediatos y posteriores de Pedro y los demás discípulos- es la Iglesia de Cristo la "columna y fundamento de la verdad" (1Tm 3, 15), de la verdadera Fe, garantizada por esa presencia sobrenatural y manifestada -no simulada, ni imaginada, ni sentida solo emocionalmente sin vivir nunca su manifestación visible- del Espíritu, pues es de El de donde sale la doctrina y la Palabra de Dios que muchos años más tarde terminaría escrita en lo que hoy conocemos como el Nuevo Testamento, que en ese entonces no existía.


Otros signos que muestran la unidad y universalidad de la Iglesia y de su doctrina
La unidad de cuerpo y la universalidad de esta "unidad y cohesión de las verdades de la fe entre si y en el proyecto total de la Revelación" (CIC), es decir, la misma y única Iglesia de Cristo con un único cuerpo doctrinal en todo el mundo, es significada también en el número de apóstoles, doce, que al igual que las doce tribus de Israel formaban el universo o la totalidad del antiguo pueblo elegido por la Alianza realizada en el Sinaí, y sobre ese único y monolítico cimiento. "Edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo" (Ef 2, 20), crecerá el nuevo Israel, la totalidad del nuevo pueblo elegido, formado ahora por los judíos y gentiles que sigan al Señor: "porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno" (Ef 2, 11-14). Por ello también dijo Jesús: "también tengo otras ovejas, que no son de este redil (el pueblo judío); también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor" (Jn 10, 16).

También éste proyecto de unidad universal de todos los hombres, los destinatarios de la Nueva Alianza, es mostrada en el uso en Pentecostés por parte de los apóstoles de todas -si no todas, las más importantes y la mayoría- de las lenguas conocidas o habladas en el mundo en ese momento histórico, en ese tiempo, a cuyos nativos o hablantes, que estaban presentes y que representaban prácticamente al total de la población del mundo entonces conocido, está dirigido su primer anuncio: "hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo." (Hch 2, 5).

Es decir, el mensaje de la única y total Iglesia de los Doce Apóstoles es la doctrina única en el mundo entero para todos los hombres de buena voluntad que crean en su mensaje gracias a la evangelización directa que ellos mismos emprenden de inmediato de nuevos discípulos, quienes se unirán para acrecentar la perfecta unidad del mismo cuerpo formado inicialmente con ellos: "ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia." (Jn 1, 24).

Por ello el Espíritu Santo no se puede recibir fuera de esa única Iglesia apostólica.
Así, tal como hubo un solo pueblo elegido en Israel hay una sola Iglesia como nuevo pueblo elegido de Dios en la que se preserva la unidad aún en caso de haber nacido una nueva iglesia por efecto de una división o cisma de uno o unos de sus miembros, o se creen por parte de cualquier persona nuevas iglesias, aún a nombre de Cristo.

El Espíritu Santo, que por su presencia en la única Iglesia fundada por Jesús se constituye en la "columna y fundamento de la verdad", solo puede ser "transmitido" o dado a quienes siguen a Jesús a través de quienes ya lo tienen manifestado, los que nunca por ello podrían causar una división (el Espíritu es Espíritu de unidad, no de división), por lo que por fuera de esa única Iglesia o Cuerpo de Cristo esa transmisión del Espíritu y de la Fe no es posible y nunca se ha dado. Y una muestra de ello es precisamente el hecho de que viven en la desunión de cientos de miles de congregaciones independientes entre si, las que interpretan las Escrituras cada uno a su manera, convirtiendo la única verdad revelada de Cristo en cientos de miles de falsas verdades diferentes.


La restauración de la unidad perdida en Babel

Esta unidad de los creyentes en el Espíritu Santo, la verdadera y perfecta unidad a la que desde entonces son llamados todos los hombres por la fe en Jesucristo y que por primera vez existe o se da en la Tierra, repara y supera la unidad perdida por los hombres en Babel cuando por la sola voluntad y razón humana es buscado un proyecto de vida colectivo, que también es personal de cada individuo, sin contar con la participación de Dios, por lo que decide confundir su lenguaje para que no se entiendan entre sí (símbolo de la desunión espiritual de los hombres que se manifiesta en odios o en diferencias personales o de grupos o de naciones).

A diferencia de Pentecostés, en donde se inicia la perfecta unidad humana, este acto de los hombres en vez de unir, termina dividiéndolos y alejándolos unos de otros.



La Iglesia crece conservando la misma unidad

Así como Jesús, el Ungido por el Espíritu Santo, después de cerca de tres años de evangelización directa con actos y palabras, revelándoles "la verdad" a los doce apóstoles, les envía después de su muerte y resurrección su Espíritu para que lleguen a "la verdad completa", que ya ha sido revelada totalmente en Jesús pero no suficientemente entendida precisamente porque todavía faltaba el Espíritu Santo que se las explicara y aclarara en su totalidad y en su verdadero sentido espiritual -lo que demuestra que es necesaria una iluminación del Espíritu Santo (la que solo se da después de su manifestación) al interpretar la vida de Jesús y por lo tanto las Escrituras-; y para que en El conformen, como hemos visto, un solo cuerpo, ellos harán lo mismo por mandato del Señor resucitado: "«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará." (Mc. 16, 15-16).

En Pentecostés se comenzó a hacer realidad la promesa de Jesús a los apóstoles y a quienes en el futuro creyeran en su Evangelio: "yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." (Mt 28, 20).

De esta manera, para salvarse hay que creer y creer significa acoger la Buena Nueva transmitida directamente por la predicación y las nuevas celebraciones o ritos dejados por el Mesías: "os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido" (1Cor 11,2), por quienes, como los apóstoles, ya están ungidos también con el mismo Espíritu de Jesús, que será de igual forma "transmitido" a los nuevos discípulos que los reciban, que crean y sean bautizados, como por ejemplo Esteban, Felipe y sus compañeros, Tito, Timoteo, Epafras, Lucas el evangelista y Demas, Bernabé, Judas y Silas , y tantos otros , lo que es mostrado en todo el Nuevo Testamento: "en quien también vosotros con ellos estáis siendo edificados, para ser morada de Dios en el Espíritu." (Ef 2, 20-22).

Otra prueba de que los apóstoles y sus discípulos que los siguen y los suceden en su ministerio o apostolado transmiten la misma, verdadera y única Fe en Jesús, está dada por que tanto los apóstoles como los discípulos realizan los mismos signos y milagros que Él realizaba , tales como hacer caminar paralíticos y cojos, resucitar muertos, hacer ver a los ciegos, expulsar demonios, etc.

Tanto en Pentecostés como en la conversión que los apóstoles hacen de nuevos discípulos y éstos de sus sucesores para formar y engrandecer la nueva y única Iglesia de Dios, se hace realidad la petición de Jesús al Padre en el Monte de los Olivos: "No ruego sólo por éstos , sino también por aquellos que, por medio de su palabra creerán en mí (SOLO ES POSIBLE CREER EN JESÚS A TRAVÉS DE LA PREDICACIÓN DE SU IGLESIA), para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17, 20ss).

Así, bautizarán y evangelizarán directamente a quienes acojan sus enseñanzas y su predicación: "«Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado" (Mt 10, 40). Lo que puso de manifiesto Pablo en otras palabras cuando dijo: "al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por esto precisamente me afano, luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí." (Col 1, 27-29).

Todo lo anterior solo demuestra que para recibir la conversión o la manifestación del Espíritu Santo, la verdadera conversión que lleva a la única Fe, es necesario ser discípulo de Cristo a través de quien ya la ha recibido antes, pues la Fe, solo representada y vivida con la encarnación ya manifestada del Espíritu de Jesús en el creyente, un Pentecostés personal para cada fiel, para cada discípulo convertido, solo puede ser transmitida por quien antes la vive, por quien antes la tiene y solo a quienes siendo directamente sus discípulos la acogen: "pues no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego. Porque en él se revela la justicia de Dios, de fe en fe , como dice la Escritura: El justo vivirá por la fe" (Rom 1, 16).

"De fe en fe", es decir, la nueva Iglesia crece porque los apóstoles al haber sido discípulos de Jesús han recibido la Fe con la manifestación de su Espíritu, y la transmiten a quien cree su anuncio del Evangelio siguiendo a Jesús a través de ellos, hasta que los nuevos discípulos reciben a su vez la misma Fe con la misma manifestación del Espíritu, quienes a su vez deben transmitirla a nuevos discípulos y así sucesivamente, "de fe en fe", hasta el final de los tiempos.


Como vemos es imposible -al ser la transmisión de la única y verdadera fe de persona a persona, de forma directa por el seguimiento que del Señor debe hacer cada discípulo a través de quien ya tiene la fe antes, porque así ha sido revelado por Dios- que el único Espíritu Santo que existe y que está presente en todos y cada uno de los apóstoles, que es el mismo que recibió Jesús y que fue transmitido por El a ellos, de la misma esencia y que procede del único Padre y del único Hijo, forme más de un cuerpo o Iglesia -"y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo cuerpo" (Col 3, 15)- pues quien no es discípulo de Jesús a través de quien ya pertenece sobrenaturalmente a ese único Cuerpo por la manifestación recibida del Espíritu Santo no puede a su vez recibir esa misma manifestación, lo que dijo claramente Pablo a los colosenses: "Que nadie os arrebate el premio por ruines prácticas y el culto de los ángeles, obsesionado por lo que vio, vanamente hinchado por su mente carnal , en lugar de mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios", Col 2, 18-19.

Por ello, todos los miembros inspirados por el Espíritu de ese único Cuerpo o Iglesia son ya de Cristo, "pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu" (1Co 12, 12ss).

Es importante recordar que Pablo habla aquí a los discípulos de una Iglesia local (la de Corinto) que hace parte de una misma Iglesia universal, la única existente en esa época, la que fue fundada por Jesús, por lo que cuando habla de que todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu no se refiere a todos los hombres sino solo a todos los hombres que son discípulos de esa misma y única Iglesia a los que está hablando, que eran todos los cristianos que en esa época formaban un solo Cuerpo, pues solo había una religión o confesión cristiana entonces, de lo que hay registros históricos claros.

Así, es completamente cierto que Jesús murió por todos los hombres en general, pues todos los que deseen seguirlo pueden acceder a sus beneficios en esa misma Iglesia que Jesús fundara, por lo que el Evangelio y su muerte y resurrección se concretan para nosotros en Ella, que es donde recibimos, a través de quienes ya se han convertido, el Espíritu y la Fe que Él nos entrega, con lo que es lo mismo decir que Jesús dio y sigue dando su vida por su Iglesia. Así lo dijo Pablo: " "Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a si mismo por ella.", Ef 5, 25.

Es imposible también, por todo lo anterior, que ese único Espíritu que da la única y verdadera Fe en Jesús, exprese o inspire alguna vez una doctrina o doctrinas diferentes a la Revelación y al Plan de Salvación que de Dios mismo proviene. De la misma manera que los apóstoles, los nuevos creyentes, "por medio de su palabra", recibirán ese mismo Espíritu Santo -no existe otro- manifestado y mostrado en ellos en Pentecostés, que los llevará a la misma y única verdad de la única Fe -Jesús y sus discípulos no hablaron en plural al referirse a "la verdad completa" como la Revelación en su conjunto , siempre hablaron de "la verdad", en singular, no de verdades- que necesariamente debe ser la misma para todo el nuevo pueblo de Dios pues proviene de la misma persona, la misma verdad para todo el nuevo Israel, revelada y transmitida por el mismo Jesús, único Señor, y "completada" por el único Espíritu Santo a cada creyente que recibe la misma fe.

Por ello no pueden haber o existir dos o tres o cinco cuerpos y doctrinas diferentes siendo expresadas por una misma persona que en todos es el mismo Señor, el mismo Espíritu Santo, tal como lo dijo Pablo a los Efesios: "un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos. A cada uno de nosotros le ha sido concedida la gracia a la medida de los dones de Cristo." (Ef 4, 4-5). Y aquí habla a los miembros de su única Iglesia Universal que caminan en la ciudad de Éfeso, a los que quisieron seguirlo en su Iglesia, no a los hombres en general.

¿Puede acaso el mismo Espíritu Santo que habló en Pentecostés a través de Pedro contradecirse al hablar a través de Santiago siendo la misma persona, la misma entidad, el mismo Dios? ¿No hablaban todos en el mismo Espíritu Santo las mismas maravillas de Dios? Si Pablo dice que "todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu" ¿podría darse que la sabiduría que da a uno y otro fueran contrarias o diferentes en algo? ¿Podría ser que la fe y la ciencia que da a alguien en el Espíritu fuera diferente a las que da a otro en el mismo Espíritu? Entonces no serían para “provecho común”, sino para que hubiera contradicciones y disputas acerca de cuál es la verdadera. ¿Acaso el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, revelados en el bautismo de Jesús, no son "tres personas distintas pero un solo Dios verdadero", iguales en esencia, inteligencia y personalidad?

¿Acaso al ver a Jesús no vemos al Padre, lo que El mismo dijo y que significa unidad total entre los dos? ¿Acaso el Espíritu Santo no procede del Padre y del Hijo, lo que significa igualdad y unidad? pues ¿puede Dios engendrar algo diferente a El? Si no lo hacemos nosotros que somos criaturas hechas "a su imagen y semejanza" pues por ello sabemos que Dios tampoco lo hace.

¿Acaso somos nosotros los creyentes politeístas como para creer en varios dioses distintos al tiempo, en varios Espíritus Santos diferentes entre sí, como si uno fuera una cosa y otro otra, como para que uno dijera una cosa y otro otra cosa contraria? ¿Sufriría acaso el Espíritu Santo de un trastorno de personalidad como para decir hoy una cosa y mañana algo totalmente contrario?. Jesús lo dijo: "Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir." (Mc 3, 24). Si no está dividido el reino de Satanás ¿podría estarlo el Reino de los Cielos que es mayor en perfección y grandeza y que tiene poder sobre aquél?.

Por todo ello es que la Tradición que la Iglesia expresa oralmente o por escrito al hacer exégesis nunca puede contradecir a las Escrituras pues ambas tienen origen en el mismo Espíritu y ambas fueron proclamadas o realizadas por la misma Iglesia por influencia del mismo Espíritu.


El Espíritu en otras confesiones religiosas
Si existen hoy diferentes iglesias y doctrinas del cristianismo no es porque en el único Espíritu Santo se puedan formar varios cuerpos o iglesias y se pueda llegar a conclusiones o doctrinas diferentes sino porque en una sola de ellas el Espíritu está presente, pues ya vimos en Pentecostés que la verdadera tiene que ser una sola Iglesia, un solo y verdadero cuerpo universal de Cristo, con un solo cuerpo doctrinal, con una sola verdad, monolítica entre sus miembros inspirados y en toda su extensión doctrinal, la que tiene necesariamente que estar inspirada en El, siendo las otras iglesias movidas por la voluntad meramente humana y sus interpretaciones doctrinales sacadas exclusivamente de la razón, sin que el Espíritu esté presente. Vacías en su cuerpo y en su mente de la presencia personal del único Espíritu de Dios, como ya vimos. Muchas confesiones o religiones diferentes entre sí se atribuyen a sí mismos la presencia del Espíritu Santo en sus fieles, basados quizás en algunos textos antiguos de la Escritura que hablan de que el Señor derramará su espíritu sobre toda carne, cuando dice en el Libro de Joel que "después de esto yo derramaré mi espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas" (Jl 2, 28).

Si miramos en detalle el pasaje desde el capítulo 2 y en todo el relato posterior Yahveh está hablando exclusivamente al pueblo de Israel que es el pueblo elegido de entonces, a quien envía plagas y azotes por apartarse de su camino (2,3): “Tocad la trompeta en Sión” (2,1), lo que se repite en 2,15. Sión es el pueblo de Israel, por el monte Sión, de donde viene “sionismo”. Luego les anuncia en 2,23 el fin del castigo diciéndoles "habitantes de Sión, regocijaos, alegraos en Yahveh vuestro Dios" para agregar en 2, 27 que "sabréis que yo estoy en medio de Israel". Por lo que termina diciendo Yahveh en 3,1, "después de esto yo derramaré mi espíritu a todo mortal". Por lo tanto, si Dios está hablando al antiguo pueblo de Israel esta promesa del Espíritu "a todo mortal" es exclusivamente para los miembros de su pueblo, es decir, para quienes haciendo parte de su pueblo Israel lo sigan y acaten, que es a quienes está hablando pidiéndoles penitencia y arrepentimiento y a quienes hace la promesa.

Prueba de ello es que en el mismo Pentecostés, en donde se funda como ya vimos la nueva Iglesia, el nuevo pueblo de Israel, en el discurso que pronunció Pedro a los presentes cita el mismo texto bíblico para demostrar que lo que estaba sucediendo allí con la llegada del Espíritu Santo a los apóstoles había sido anunciado por los profetas a sus antepasados, cuando dijo que se daría a todos los hombres: "A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Así pues, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado sobre toda carne; esto es lo que vosotros veis y oís" (Hch 2, 22ss), lo que demuestra a su vez que ese Espíritu que ahora ven derramarse sobre los apóstoles sólo será dado, como en la antigüedad, a quienes le obedezcan a Yahveh, a quienes reconozcan como Señor a su Hijo Jesucristo, a los que lossigan y hagan parte de su Iglesia, que fue lo que sí hicieron los apóstoles y no hizo el resto del pueblo judío, a quienes Pedro les echa esto en cara.

El mismo Pedro así lo afirma más adelante en su discurso ante las autoridades: "Y nosotros somos testigos de estos hechos, y también el Espíritu Santo que ha dado a los que le obedecen.". En adelante, "todo el que invoque el nombre del Señor se salvará" siguiéndolo a través de sus apóstoles, que como vimos es en este momento la totalidad del nuevo pueblo de Israel, quienes ya lo tienen y son los únicos que desde ya pueden transmitirlo "a todo mortal", es decir a quienes quieran seguir a Jesús a través de ellos y lleguen a hacer parte del nuevo pueblo de Israel, a quienes exclusivamente está destinada la promesa del Espíritu.

Ello es precisamente lo que está buscando Pedro, hacer crecer el nuevo pueblo de Israel, la nueva Iglesia con quienes crean el mensaje entre los que lo escucharon. Así, el Espíritu solo puede ser derramado y estar en un solo Cuerpo o Iglesia, como ya vimos. Así lo dijo Pablo a los Colosenses: "Que nadie os arrebate el premio por ruines prácticas y el culto de los ángeles, obsesionado por lo que vio, vanamente hinchado por su mente carnal, en lugar de mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios.", Col 2, 18-19.

En consecuencia, quienes no están en éste único Cuerpo o Iglesia pueden ser salvados de dos formas, o quien tiene el Espíritu va hasta donde ellos y los evangeliza incorporándolos a la Iglesia lo que sucedió por ejemplo con los gentiles que fueron evangelizados y acogieron la fe; o quienes estando en otra confesión o religión sea de denominación cristiana o no, se incorporen voluntariamente a la única Iglesia de Cristo, por ejemplo lo que sucedió con los judíos en la época de Jesús y de los apóstoles.

En casos especiales, punto que tocaremos más adelante, puede darse la salvación, sólo por parte de quienes tienen la conversión en el Espíritu Santo, a alguien que no pertenezca a ésta única Iglesia de Cristo.