Según
cuenta el relato del Génesis Dios después de crear a Adán y Eva los pone en un
paraíso terrenal, en donde viven en contacto y comunión con Dios, disfrutando
de la paz de la naturaleza, de la paz entre ellos mismos, y de la paz interior
que Dios les concedía con su presencia.
Pero Dios
prohíbe a Adán y Eva comer del fruto del árbol del bien y del mal que pone en
el paraíso, porque Dios sabía que no era bueno para ellos comerlo. Pero ellos,
tentados por el demonio representado en la serpiente, desobedecen esa orden y
lo comen.
Al
hacerlo lo que decidieron en realidad fue no permitir que Dios juzgara lo que
era bueno y malo para ellos y para su vida, para juzgarlo ellos por si mismos.
Es decir
se hicieron "como dioses" -eso fue lo que les dijo el demonio, que
serían "como dioses" para convencerlos de comer-, con el poder de
juzgar lo bueno y lo malo para su vida, usurpando la potestad de Dios de
hacerlo como fuente de nuestra vida, como creador. En últimas, se rebelaron
contra Dios.
¿y qué
sucede después de rebelarse contra Dios? La primera consecuencia inmediata es dejar
de disfrutar del contacto con Dios, origen y fuente de toda vida, el único que
la posee en esencia, por lo que el hombre entra en un estado de muerte
interior. Sucede una ruptura real en el interior del hombre con su Creador,
muere ontológicamente al perder contacto con la fuente de su vida. Cualquier
pecado es una rebelión contra Dios y su paga es la muerte. Esa es la expulsión
del paraíso, la lejanía de la presencia de Dios en nosotros. Dios dice que si
decidimos libremente desobedecerlo pues El se aleja y nos deja en ejercicio de
nuestra libertad.
Y cuando
el hombre pierde ese contacto con Dios deja de tener la paz y el equilibrio
interior que El le proporcionaba. Y por eso, ya sin paz interior, deja de tener
paz con sus semejantes. Ese nuevo estado interior es lo que lleva al odio y la
división entre los hombres. Adán comenzó a odiar a Eva acusándola de su pecado,
y Eva acusó a la serpiente, naciendo al enemistad. En ese estado interior el
hombre pierde la capacidad de amar a sus semejantes, de estar en comunión con
ellos. Ya el hombre no solo es violento contra los demás acusándolos, sino que
trata de esconder su pecado y justificarse ante Dios y los demás hombres.
Porque se siente desnudo, descubierto. Le da verguenza que sus pecados sean
vistos por los demás y por eso trata de que los demás se fijen en los pecados o
defectos de los otros y por eso siempre acusa a otros y trata de cubrirse o
justificarse a si mismo. Esa es la desnudez del hombre y por eso Adán y Eva por
primera vez se sienten así, porque han perdido la vestidura que Dios les daba
con su presencia, cuando gozaban de la santidad que les transmitía cuando
estaban bajo su amparo.
Pero las
consecuencias de nuestra rebelión no terminan allí. El hombre entra también en
un desequilibrio con su medio exterior, con el resto de la creación. Ya la
tierra le será hostil pues en adelante debe hacer un esfuerzo para que la
tierra le de sus frutos, y estará sometido a la acción violenta de las fieras y
de la naturaleza, incluida la violencia de sus mismos congéneres, de su misma
especie.
¿y como
cometemos ese mismo pecado original hoy en nuestra vida?
Lo
cometemos hoy cuando elegimos libremente juzgar por nosotros mismos lo que es
bueno o malo para nuestra vida, evitando que lo haga Dios por nosotros. Cuando
desobedecemos a Dios sus mandamientos y por eso robamos o asesinamos u odiamos
a otros, lo que le decimos en verdad es que ya El no va a decidir lo que es
bueno y malo para nuestra vida, sino que lo decidiremos por nosotros mismos. Y
que ya nosotros hemos decidido que robar o asesinar u odiar a otros lo
consideramos bueno y conveniente para nuestra vida y por eso lo hacemos. Es
decir, ocupamos el lugar y la potestad de Dios dentro de nosotros, lo
reemplazamos.
Desde ese
momento estamos en la muerte pues hemos perdido contacto con el origen y
fundamento de nuestra vida, quedando fuera del paraíso terrenal pues hemos
alejado a Dios de nuestra vida. El pecado mata a Dios dentro de nosotros. Y ese
pecado nacido del egoísmo y la envidia de los dones y la autoridad de Dios es
lo que siembra el desequilibrio en nuestro interior y el odio y la división
entre todos los seres humanos. Los siete pecados capitales reinan entre
nosotros porque solo buscamos satisfacernos a nosotros mismos incapaces de
pensar y amar a los demás. Por eso si envidiamos, matamos, por temor a morir a
aceptar nuestra inferioridad en algún aspecto. Si nos hace falta dinero,
robamos, por temor a morir a aceptar nuestra pobreza. Si envidiamos cualidades
en otros, calumniamos, por temor a aceptarlos como somos. Cometemos tales
pecados por que el demonio nos infunde el miedo a la muerte, es decir, a morir
a nuestros pecados para hacer la voluntad de Dios. Por ello sentimos morirnos
si amamos o somos justos con los demás. Vivimos en la muerte por temor a la
muerte. Creemos que si amamos a los demás como son, nos morimos, y nos sentimos
morir en verdad. Que si no robamos y no tenemos mas dinero, nos sentimos morir
por la pobreza. Que si no hablamos mal de los demás la gente los verá mejores
que nosotros y nos sentimos morir con ello. Que si compartimos lo que tenemos
con los demás eso evitará darnos gusto en algo y nos sentimos morir pensando
que nos hará falta. Es la incapacidad de amar nuestra realidad como es y de
amar a los otros como son, sin interés alguno, sin buscar más que su bien, su
salvación...
Pero Dios
que es solo amor y misericordia no nos deja en la muerte ni en el miedo a la
muerte y envía a su hijo Jesucristo para librarnos de la muerte, asumiendo en
su muerte en la cruz nuestra muerte, nuestra rebeldía, nuestros pecados,
devolviéndonos la posibilidad de alcanzar de nuevo la comunión con Dios. Jesucristo
muriendo destruye nuestra muerte porque nos permite por la fe en Él morir a
nuestra condición y voluntad pecadora, y de esa forma nos reconcilia con Dios
quitando de nosotros lo que nos separa de El. Y lo resucita para que podamos de
nuevo tener la vida de Dios en nosotros. Resucitando restaura nuestra vida
perdida, nos conecta de nuevo a Dios en nuestro interior.
Y para
que podamos vivirlo forma antes su iglesia entregando a los apóstoles el germen
de su palabra y sus sacramentos, los que brotan del Espíritu en pentecostés.
Desde ese momento ya Cristo sigue resucitado entre nosotros, en los apóstoles,
su Iglesia, para hacer lo mismo con todos los hombres a través de ella. Por
ello debemos seguirlo en ella hasta que resucite Cristo en nosotros.
¿Y en que
se nota que ya vivimos en Cristo? En que en la iglesia se vive en la unidad
universal porque el amor de Cristo habita en ella, lo que por el pecado y el
egoísmo era imposible. Amaos como yo os he amado. La Iglesia es un signo válido
y fortísimo para el mundo de la presencia de Cristo en sus miembros pues nadie
en la tierra ha logrado esa unidad universal en ninguna otra institución. Los
pueblos viven fraccionados en estados, los estados viven fraccionados en grupos
políticos. De los grupos de cualquier índole salen disidencias permanentes.
Mientras la Iglesia de Cristo mantiene la unidad universal de personas que
incluso políticamente se odian pues en ella se han podido amar en Cristo. Se
puede amar a la esposa o al esposo aunque te traicionen. A los hijos aunque te desobedezcan.
La muerte está vencida. Cristo ha resucitado. Podemos amar como Él. De eso nos tiene
que salvar el Señor. Y de esa forma lo hace, siguiéndolo en su Iglesia hasta
hacernos uno con El. Es la única forma de salir del sin sentido, del limitado y automutilante racionalismo. La estupidez humana si tiene remedio, contrario a lo que pensaba Einstein.