ANALIZA DIFERENTES TEMAS GENERALMENTE POLÉMICOS DE NUESTRA FE CRISTIANA
PARA MOSTRAR SI TIENEN o NO SUSTENTO BÍBLICO.

"La pregunta principal que nos planteamos hoy es ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio, para abrir caminos a su verdad salvífica en los corazones de nuestros contemporáneos, a menudo cerrados, y en sus mentes, a veces distraídas por tantos destellos de la sociedad?"... ..."La primera respuesta es que nosotros podemos hablar de Dios porque Dios ha hablado con nosotros. La primera condición del hablar de Dios es, por lo tanto, la escucha de lo que ha dicho el mismo Dios."
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¿Nacemos de nuevo y nos salvamos sólo por decir que aceptamos a Cristo como Salvador y nos bautizamos? "El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino", Jn 3:3; "Te acepto como mi Señor y Salvador personal"; "Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó, serás salvo", Rom 10:9; "Arrepentíos y creed en el Evangelio", Mc 1:15.


La inmensa mayoría de hermanos evangélicos -y de otros grupos que siendo cristianos no se consideran evangélicos- dicen que ya son "nacidos de nuevo" porque al llegar a su congregación dijeron públicamente que aceptaban a Cristo como su único Señor y Salvador y fueron bautizados por su pastor. ¿Es cierto eso de que al momento de llegar a una congregación y comenzar a seguir a Cristo automáticamente por una frase y un rito se nace de nuevo y se es salvo? Miremos en la Biblia si es así.

Jesús dijo indudablemente que sin nacer de nuevo no se puede entrar en el Reino ni ser salvos. En eso no hay la menor duda o discusión. Veamos el texto: 

"Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» 

Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». 

Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: «Ustedes tienen que renacer de lo alto».", Jn 3, 3-7.

Ahora preguntémonos ¿en qué consiste en realidad "nacer de nuevo del agua y el Espíritu"? 

Recordemos primero que Juan el Bautista dijo que él bautizaba con agua pero que detrás de él venía uno que los bautizaría en Espíritu Santo y fuego, Mt 3, 11. 

Recordemos también que Jesús dijo a la samaritana que si ella conociera el don de Dios le pediría agua y Él le daría agua viva con la que no tendría sed jamás, que correrían rios de agua viva en su interior y adoraría al Padre en Espíritu y verdad, Jn 4, 10ss.
  
De hecho éstos textos muestran una relación directa con el texto citado arriba cuando Jesús habla de que debemos nacer del agua y del Espíritu.

Por ello para tratar de contestar la pregunta en profundidad tenemos que mirar a grandes rasgos a aquellos discípulos de Cristo de los que podemos observar una gran parte de su recorrido de fe, los Apóstoles, para saber en que momento vivieron esas realidades que les anunciaron Juan y Jesús en esos textos.

Los Apóstoles llegaron  a ser miembros de la Iglesia de Jesús en el año 30 poco tiempo después de ser bautizado Éste. Algunos como Pedro y su hermano eran discípulos de Juan -y por lo tanto se bautizaron con él- y los demás se agregaron poco después.

Notemos aquí dos cosas, que la Biblia no narra que alguno al ser bautizado haya experimentado algo sobrenatural a la vista de todos como si lo vivió Jesús al ver al Espíritu bajar del Cielo y entrar en Él en forma de paloma; ni que al llegar al grupo o congregación tuvieran que expresar alguna frase en el sentido de que aceptaban a Jesús en su corazón como único Señor y Salvador, lo que de hecho demuestra que no es de esa forma que lo aceptamos, lo que miraremos.

En su confesión de fe Pedro reconoció, muchísimo tiempo después de iniciar su seguimiento del Señor -supongo que cerca de unos dos años- que Jesucristo era el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios, pero no habló expresamente de aceptarlo en su corazón. Era un reconocimiento de la condición divina de Jesús. 

Es cierto que en Rom 10, 9 dice Pablo que se debe confesar que Jesús es el Señor y creer en el corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, que está vivo, pero ese texto tampoco habla literalmente de decir oralmente que se le acepta como Señor y Salvador, por lo que ésta frase miraremos mas adelante lo que en verdad significa.  

Es cierto también que otros textos dicen que se debe recibir a Jesús, o invocarlo, Rom 10, 13, pero no hablan literalmente de la obligatoriedad de decirlo oralmente, por lo que eso significa evidentemente otra cosa, lo que miraremos mas adelante.

Sigamos en el recorrido por la vida de fe de los Apóstoles. Éstos siguen a Jesús escuchando su predicación y celebrando con Él todo lo que les enseñaba durante tres años seguidos, con lo que les envía a bautizar a los discípulos que en el mundo entero se les unan enseñándoles a guardar todo lo que les había mandado, Mt 28, 20. 
Durante esos tres años fueron testigos de muchos actos sobrenaturales realizados por Jesús pero ellos mismos no habían realizado o experimentado directamente alguno. Eso cambia 40 dias después de la Ascención de Jesús a los Cielos, en Pentecostés, cuando de forma visible Jesús les envía el Espíritu Santo prometido, el mismo que Él había recibido en su Bautismo, el agua viva de la que habló a la samaritana. Ese dia se concretan y toman sentido las promesas de Jesús:

"Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.", Jn 15, 25.

"Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.", Jn 16, 13.  

"Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días." -lo mismo que dijo Juan el Bautista-, Hch 1, 5.

Sin duda confirman estos textos que todos se cumplieron en Pentecostés al recibir visiblemente el Espíritu Santo los Apóstoles:

"Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo", Hch 2, 3-4a.   

Ello significa, sin más preámbulos, que el nacer de nuevo del agua y del Espíritu no es una experiencia imaginaria o sentimental, ni solo interior e invisible a nuestros ojos, sino que es algo sensible a los sentidos, visible,  una experiencia real de encuentro con el Señor durante algún momento de nuestro recorrido de fe, cuando ya estemos suficientemente purificados. 
Y es también una experiencia muy posterior a la llegada a la Iglesia y al bautismo recibido inicialmente, que es donde comenzamos apenas a avanzar hacia el nuevo nacimiento porque recibimos la semilla inicial del Espíritu de forma velada o escondida. Los Apóstoles se tardaron tres años en recibir el Espíritu, en nacer de nuevo -esos tres años son figura de los tres días que duró Jesús en la muerte, en el sepulcro, para resucitar a la vida nueva, lo que confirma que sólo al recibirlo de esa misma forma es que resucitamos con Cristo-, lo que de hecho dijo Pablo que debemos vivir acá: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba", Col 3, 1. 

Y no puede ser diferente porque no se puede nacer de nuevo a la vida en Cristo, a la vida divina, al momento de iniciar el camino y sin percatarnos de recibir de forma manifestada y visible a esa persona divina que es la que se encarga de hacerla presente en nosotros, el Espíritu Santo. 
Porque así como para nacer a la vida física debemos primero ser engendrados y desarrollarnos un buen tiempo -nueve meses- en el vientre de nuestra madre para después nacer a la vida del mundo, en la vida espiritual sucede algo parecido pues para nacer de nuevo del agua y del Espíritu, a la vida divina, debemos primero ser engendrados con el rito del bautismo al llegar a la Iglesia, Hch 2, 38, rito con el que recibimos la semilla o esperma del Espíritu Santo, para después desarrollarnos poco a poco en el vientre de nuestra Madre -la Iglesia- con la escucha de la Palabra, la predicación, Mc 16, 15-16, y los Sacramentos, Mt 26, 26; Jn 20, 23, etc., que nos proporcionan el crecimiento del bautismo inicial -la Iglesia viene a ser la placenta de la que nos alimentamos para desarrollarnos y crecer- para después algún dia nacer a la vida nueva cuando recibimos de forma visible como en Pentecostés el Espíritu Santo que es el que nos da la certeza del nacimiento a la vida de Cristo porque nos hace semejantes a El, Rom 8, 29-30; 1Ped 1, 2. Por ello dijo Pablo -la Iglesia- a sus discípulos en Galacia: "¡Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes!", 4, 19.

Así como ningún bebé puede nacer el día que sus padres tienen sexo y lo engendran -ese es solo el comienzo de la vida del bebé pero le falta el desarrollo hasta que pueda nacer, si lo hacemos nacer antes lo abortamos-, tampoco se puede nacer a la vida divina el mismo dia que llegamos a la Iglesia y nos bautizamos que es cuando apenas somos engendrados, iniciando apenas nuestro desarrollo y crecimiento faltándonos los nutrientes necesarios que nos son dados por la predicación de la Palabra y los sacramentos hasta llegar a nacer de nuevo, lo que solo alcanzamos al recibir el Espíritu visiblemente como en Pentecostés. Eso es lo que nos confirma que hemos nacido de nuevo. Nadie ha nacido de nuevo antes de vivir esa experiencia. Antes de eso somos sólo fetos espirituales por decirlo mas claramente. Si dejamos de seguir a Cristo o estando en su Iglesia no creemos, abortamos espiritualmente el Hijo que se está desarrollando en nosotros impidiendo nuestro crecimiento y nacimiento a la vida nueva en Cristo.

Es esa experiencia real, la de recibir de forma visible el Espíritu Santo como en Pentecostés, la que nos eleva hasta la estatura de Cristo porque recibimos el mismo Espíritu que El recibió en su Bautismo, que es el modelo que debemos reproducir en nosotros, Rom 8,29. Por ello dijo Jesús que el Espíritu dará testimonio de Él, porque al recibirlo nos convierte en otros Cristos: "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo.", Ef 4, 13. Tener "la fe y el conocimiento del Hijo de Dios" no es aprender mucho acerca de Él, es ya ser iguales a El, haber reproducido su imagen en nosotros, habernos unido a El como experiencia real. "Conocer" a Jesús es ya tener una unión esponsal con Él. Por ello unas veces llama Jesús a la Iglesia "la novia" y otras "la esposa" del Cordero, Ap 21, 2; 2Cor 11, 2. Creer en Jesús no es solamente aprender racionalmente datos acerca de Él por la Biblia sino dejarnos transformar hasta ser iguales a Él y así nacer de nuevo, lo que sólo podemos vivir unidos a su Iglesia que como la Virgen María hace las veces de Madre orque en verdad lo es.


Y sólo en ése momento es que creemos en el corazón y podemos confesarlo con la boca como lo hizo Pablo: "No soy yo quien vive sino que es Cristo quien vive en mi", Gal 2, 20. Como vemos, no consiste la confesión en decirlo sólo de boca sin vivirlo en el corazón en realidad. Pablo lo vivió como experiencia real en Damasco al aparecérsele Cristo y luego cuando Ananías, un miembro de la Iglesia, le impuso las manos y quedó lleno del Espíritu Santo como en Pentecostés lo vivieron los demás Apóstoles. 

Y es en ese momento cuando recibimos el perdón definitivo de los pecados porque sólo al ser como Cristo salimos del estado de pecado que traemos desde Adán. Por ello Él es el Cordero que quita los pecados del mundo.

Los hermanos evangélicos dicen que al llegar a una congregación y mostrar arrepentimiento por medio de una frase pidiendo perdón a Jesús y diciendo que lo aceptan en su corazón ya sus pecados quedan automáticamente perdonados y ya están en Cristo, lo que no es cierto. Sólo lo vivimos al recibir el Espíritu de forma visible porque eso es lo que nos hace ser como Cristo y estar en Cristo. 
Por ello Pedro dijo a los 3000 el dia de Pentecostés, Hch 2, 38, que el que se convirtiera y bautizara, un dia -en futuro está el verbo recibir en ese texto- recibirá el Espíritu Santo y el perdón de los pecados, porque al recibirlo como los Apóstoles lo recibieron ese día -los no católicos creen que los 3000 también lo recibieron ese dia igual que los Apóstoles, lo que no dice esa narración- nos llega el perdón de pecados al cambiarnos de la vida meramente natural, de Adán, a la nueva vida en Cristo.

La confesión sacramental y la absolución de los pecados que nos da el Sacerdote son para perdonarnos los pecados puntuales que cometemos, robamos un dinero, asesinamos un bebé al abortar, etc., los que si no son perdonados nos obstaculizan interiormente avanzar en nuestra fe hacia la recepción definitiva y en plenitud del Espíritu Santo que es la que nos cambia del estado general interior de pecado, a la nueva vida en Cristo.


Así lo muestran en ésta imagen los hermanos evangélicos:




Analizándola detalladamente notamos que dicen que sólo por pedir perdón oralmente a Jesús ya sus pecados quedan perdonados, y que por solo pedir a Cristo que venga a su corazón y que confían en El llega inmediatamente a ellos y que eso significa que desde ese momento ya están en Cristo, y por ello citan el texto de Rom 8, 1 que así lo dice. 
Si fuera cierto ellos estarían decidiendo y eligiendo cuando y cómo ser cristianos y Jesús no tendría mas remedio que obedecerles, lo que es absurdo porque si la fe es un don o regalo de Dios, y es Él quien nos elige a nosotros y no nosotros a Él, Jn 15, 16, eso significa que sólo nos llega cuando Él lo decide, como lo muestra que sucedió en Pentecostés, que los Apóstoles y María sólo oraban pidiendo la venida del Espíritu pero sólo Dios decidió cuando enviárselos. Nadie puede decir que cuando yo lo pida automáticamente lo recibimos -sin nunca verlo- porque eso no es cierto. Si Él es el Señor somos nosotros los que debemos obedecerle para participar de la vida divina, no Él a nosotros.
Y ya demostramos lo que es estar en Cristo en verdad, que es llegar a ser iguales a Él por recibir el Espíritu Santo de forma visible después de seguirlo muchos años en la única Iglesia que Él formó hace dos mil años la única vez que vino, lo que la Biblia muestra que se vive por un proceso de muchos años de seguimiento de Cristo en ella, pero ellos lo reducen a decir una frase y asumen que por ello lo viven de inmediato como por arte de magia, como si esa frase fuera una especie de conjuro mágico que al pronunciarla se realiza en nosotros de inmediato como aparece que sucede con los conjuros mágicos en las películas de Harry Potter. Eso es irreal e imaginario asumirlo así. Y supersticioso porque es creer en algo que jamás se realiza de esa forma en realidad.

Es más, los hermanos evangélicos asumen entonces que de esa forma, por pedir perdón y decir que aceptan a Jesús se arrepienten de sus pecados, y que ese arrepentimiento formal y oral de un momento ya les proporciona automáticamente la vida eterna. Entienden que arrepentirse es decir oralmente que aceptan a Jesús como Salvador personal, lo que ya vimos antes que no se encuentra en toda la Escritura ni lo hicieron los Apóstoles. Así lo demuestra esta imagen:


Fíjémonos en que citan Lc 13, 5; Mc 1, 15 y Hch 17, 30, que hablan de que debemos arrepentirnos y eso lo interpretan como la obligación de decir la frase de que se acepta a Jesús como su Salvador personal, y que por ello ya serían salvos, lo que no dicen los textos citados ni ningún texto bíblico adicional. Y allí nace otro de sus errores monumentales porque si bien debemos arrepentirnos para comenzar a seguir a Cristo, el arrepentimiento es el acto de entrar en su Iglesia y vivir todo el proceso de conversión verdadera como tal hasta llegar hasta Cristo y no solo una frase. Vivir en arrepentimiento es dolernos de los pecados que cometimos y vivir tratando de no cometerlos más, ni ningún otro -aunque no dejaremos de pecar porque somos débiles-, y seguirlo en su Iglesia para permanentemente estar recibiendo la Gracia que nos hace avanzar hasta llegar a Cristo, hasta ser uno con Él, que es lo que nos da la salvación como ya hemos visto.

Si la salvación nos llegara por decir una frase o recibir un rito en un momento de nuestra vida pues no seria necesario hacer mas nada ni perseverar siquiera en el seguimiento del Señor porque sólo en un momento seríamos salvos al decirla, lo que aseguraría que todos nos salváramos   de forma extremadamente fácil, lo que contradice lo que han dicho Jesús y los Apóstoles, que la puerta es estrecha y que muy pocos la encuentran y que solo nos salvamos entrando por ella, Mt 7, 14, que son muchos los llamados y pocos los elegidos, 22, 14, que no todo el que le diga de boca "Señor, Señor" entra en el Reino aunque diga que hicieron milagros y hablaron en lenguas y predicaron en su nombre, 7, 21-23, porque para entrar es necesario llegar a ser iguales a Cristo, no decir y hacer cosas sin nunca llegar a ser iguales a Él.


Me detendré un poco más -y por ello lo dejé para el final como anuncié arriba- en otro texto que citan mucho para justificar ese tipo de creencias, el de Rom 10, 9, que es mostrado en ésta imagen evangélica también: 





Es el texto que mas se acerca a lo que creen, pero como todos los anteriores es igualmente mal interpretado. Me explico. Fíjense que dicen que para ser salvo sólo se debe confesar de boca que Jesús es el Señor y creer en el corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos. A simple vista parece confirmar lo que creen, pero en realidad no es así. Porque creer en el corazón no consiste sólo en tener un sentimiento favorable hacia Jesús o creer racionalmente que está resucitado sino, como lo vimos arriba, consiste en haber recibido en el corazón, de forma visible como en Pentecostés lo recibieron los Apóstoles, el Espíritu Santo que nos hace testigos de que Jesús fue resucitado de entre los muertos, lo que solo así nos consta porque lo hemos visto llegar a nuestro corazón, y de esa forma es Cristo quien ha resucitado en nuestro interior porque su Espíritu nos ha hecho iguales a Él como ya hemos visto antes. 


Por ello dijo Jesús: "Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.", Hch 1, 8. Nótese que se refería a Pentecostés, donde lo recibieron los Apóstoles, y dice el texto que eso fue lo que los hizo testigos en su corazón, en su interior de Cristo resucitado. Testigo es el que ha visto algo. Testigo de Cristo es el que lo ha visto resucitado porque ha visto su Espíritu llegarle y convertirnos en otros Cristos. Nadie puede ser testigo de Cristo sin ser como el mismo Cristo porque entonces nada le constaría ni fuera testigo de nada.


Por ello dijo Jesús en Mt 5 que serán bienaventurados los limpios de corazón -donde llega a habitar el Espíritu- porque ellos verán a Dios. Porque Dios no llega a habitar donde hay pecado. Y al iniciar nuestro caminar en la Iglesia y apenas bautizarnos no estamos purificados aún aunque digamos miles de frases que muestren nuestro arrepentimiento inicial y por ello es falso que el Espíritu llegue a habitar en un corazón en un estado de no purificación. Con el bautismo llega inicialmente y de forma velada para comenzar a purificar el corazón, lo que es diferente.


Por ello solo después de vivir esa experiencia es que podemos confesar que Jesús es el Señor, porque desde que lo recibimos es que en verdad es Señor de nuestra vida porque personalmente nos guía y dirige nuestra vida. Jesús no nos dirige desde la distancia, con control remoto, ni exteriormente por la sola Biblia. Es Señor porque debe venir y viene personalmente a guiarnos.

No se trata entonces de sólo confesarlo de boca sin recibirlo visiblemente nunca -no se recibe sin verlo- porque ya vimos antes que Jesús dijo "no todo el que me diga "Señor, Señor" entrará en el Reino de los Cielos, aunque diga que ha hecho muchas cosas en su nombre. Sólo habiéndolo recibido como experiencia real es que podemos confesar que Jesús en verdad es nuestro Señor, porque ya nos guía personalmente.

Por ello dijo Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá. El que vive y cree en mi no morirá para siempre", Jn 11, 25. Creer y vivir en Jesús no se puede sólo diciéndolo de boca. Hay que vivirlo como experiencia real dejándonos transformar hasta ser iguales a Él. 


Todo lo anterior demuestra lo equivocados que están nuestros hermanos cristianos evangélicos. Finalmente pido orar porque puedan ver y reconocer la verdad revelada y salgan del pecado de formarse un evangelio a su gusto y medida que no puede llevarlos a la salvación, la que solo encontramos llegando hasta Cristo. Amén.